De camino a Cuenca, Ágatha ha seguido viajando junto a Samanta Villar por su infancia y nos ha hablado de su padre, un gran arquitecto y coleccionista de arte del momento, y de la personalidad triste de su madre que quizás la empujó a llenar su vida de colores y huir de la tristeza innecesaria.
“Mi padre se compró un cuadro de Antoñito López por cien mil pesetas y lo vendió por cien millones de pesetas”, “A mí padre le divertía muchísimo colgar cuadros”, así comenzaba la diseñadora a contarnos el amor de su padre por el arte y lo mucho que aprendió de la belleza a su lado. Eso sí, también nos ha contado que era un mundo con el que su madre no tenía nada que ver. Ágatha asegura que sus padres no tenían nada que ver uno con el otro y cuenta que a los pocos días de casarse, ambos se dieron cuenta de que habían cometido una gran equivocación.
La casa familiar de Ruiz de la Prada en Madrid, tenía unos 1.500 metros cuadros y unos 500 metros eran de museo: “Teníamos un museo de arte contemporáneo cómo el de Cuenca en chiquito en casa”. Por eso hemos viajado con Ágatha a las casas colgadas de Cuenca.
El Museo de Arte Contemporaneo de Cuenca es para muchos el mejor museo pequeño del mundo, entre sus colecciones destacan obras de artistas abstractos de los años 50 y 60, que Juan Manuel Ruiz de la Prada, el padre de Ágatha, adquiría para su colección de Madrid. “Convivir con esto te cambia la vida… Cuando mi padre se arruina, lo primero que hace es esconder sus cuadros para que no se los quiten. No quería que nadie supiera que los tenía… Yo podía entrar en el museo porque vivía allí, menos cuando cerraba la puerta porque estaba con alguna tía”, así nos comenzaba Ágatha a contar muchas cosas, sin decir nada, de su familia.
Y es que según ha asegurado “es difícil ser hija de un coleccionista, están obsesionados… A mí padre le importaba más que no tocáramos sus cuadros, que cómo estábamos. Tenía una incapacidad enorme para las relaciones humanas y una capacidad bestial para hablar con los objetos… Era un tío que estaba muy bien, pero no era buen padre”. Sin embargo, la diseñadora no niega que aprendió mucho a su lado: “Me gustó mucho todo lo que me enseñó del arte, la belleza, de la importancia del objeto… Todo eso me pareció la bomba”.
Dentro de un museo en el que el negro sobre el blanco está muy presente, Samanta ha querido hablar con Ágatha de los colores y la influencia de su infancia en su obra. La diseñadora le ha explicado que ella siempre ha huido de la tristeza y le ha hablado de la depresión que sufrió su madre durante casi toda su vida. “Mi madre tenía depresión, no tenía ilusión por las cosas… Mi madre tuvo un cáncer morrocotudo y me dijo un día “yo prefiero tener cáncer que tener depresión”. Y se curó del cáncer y murió de una depresión”, asegura. “Si murió de una depresión es porque se quitó la vida, ¿me estás diciendo eso?”, ha querido saber una Samanta sorprendida ante tal afirmación, pero Ágatha le ha dicho todo sin decirle nada:
Y es que la diseñadora no llegó a entender nunca qué le pasó a su madre: “Más que la muerte, a mí lo que me da pena es la vida traumática de mi madre y ya te digo, sin ninguna necesidad. Tenía dinero, era guapa, tenía cinco hijos estupendos, tenía un montón de amigas, una familia espectacular… podía haber sido feliz. Yo lo intenté con todas mis fuerzas pero era imposible”.