Siete niños han sido asesinados por sus padres en lo que va de año: ya se han superado las cifras de 2023. Jennifer tiene 26 años y pudo haber sido una de esas niñas, pero sobrevivió a su padrastro. “Después de tanta lucha, soy una superviviente de algo que me hicieron siendo muy pequeña para lastimar a mi madre”, reconoce.
“Nosotros vivíamos en Paraguay. Mi padre falleció y poco después, mi madre se volvió a emparejar. Él era muy bueno con nosotros”, explica. Hasta que todo empezó a ser diferente. “Mi madre comenzó a trabajar en España y nosotros nos quedamos a cargo de mi hermana mayor. Un día su comportamiento cambió”, relata.
Jennifer tenía 10 años cuando su madre se marchó a España para trabajar y comenzó a estar cargo de su hermana mayor. El día en el que su padrastro intentó acabar con su vida sigue grabado en su mente. “Entró en la habitación y cerró la puerta con pestillo. Tiró un líquido inflamable, que se esparció por toda la habitación, y tiró una cerilla”, subraya.
“Se acercó a mí, me cogió del pelo y me lo metió en el fuego. Me dijo que ya no sería la niña bonita de papá”, cuenta visiblemente afectada. La violencia vicaria es una de las violencias más extremas que existen contra la mujer. “Me seguía con la mirada y encima sonreía. Hasta que conseguí salir de allí”, añade.
Después de salir del mismísimo infierno, le dijeron que su padrastro había muerto ahí dentro. “Tenía el 47% de mi cuerpo quemado”, destaca. Su madre le propuso irse a España con ella y aceptó: “Aquí llevó 79 operaciones hechas en total. Iba en silla de ruedas porque me costaba mucho caminar”, subraya. Las secuelas de Jennifer fueron físicas y psicológicas. Su apariencia fue un tema muy complicado para ella y llegó a pasar una época donde “tapaba los cristales, espejos y cualquier cosa que daba su reflejo”.
El bullying también estuvo presente en su vida: los niños la llamaban monstruo. Fue justo ahí cuando tuvo que tomar una decisión: “Dije o acabo conmigo o voy para delante. Él quiso ponerle hora y fecha pero no lo consiguió. Poco a poco y con muchos años, he aprendido a quererme y a verme como soy: muy guapa, muy valiente y una mujer independiente”, concluye. Y es que Jennifer se convirtió en todo un ejemplo de lucha en el que demuestra que vale la pena seguir adelante.