Una primera cita suele venir acompañada por muchos nervios por ambas partes, todo el mundo quiere mostrar su mejor versión y eso puede hacer que nuestros niveles de ansiedad sean un poco más elevados de lo normal. Qué ponernos, dónde ir, qué temas de conversación sacar… Hay muchas variables que tener en cuenta en una primera cita y queremos acertar con todas.
Esto no siempre es posible, y por eso los expertos en este tipo de cosas suelen recomendar que lo más sencillo es ser uno mismo. Esto no es garantía de éxito, pero al menos si todo sale bien será porque la otra persona se siente confortable con nuestro verdadero yo y no con la versión que hemos querido mostrar y que no se ajusta a la realidad.
Evitar temas de conversación que puedan causar controversia es también una buena idea es esos primeros encuentros, es mejor centrarse en temas que puedan ayudarnos a conocernos un poco mejor sin causar conflictos o tensiones. Sin embargo, hay un momento que es imposible de evitar y que puede ser delicado: pagar la cuenta.
Por tradición, era el hombre quien pagaba la cuenta en la primera cita, algo heredado del pasado, cuando eran ellos quienes se encargaban de proveer económicamente a la pareja. No obstante, hace mucho de eso y en la actualidad, este detalle que para muchas personas puede ser un gesto de caballerosidad, para otras puede ser motivo de disgusto. No que sea él quien pague, sino que se dé por supuesto que ha de ser así.
Conviene comenzar señalando que no existe ninguna norma o ley que establezca quién debe pagar la cuenta. Esto es algo que tendrá que decidir cada pareja en su momento, tanto si es de manera explícita como si se hace de forma implícita. No siempre es necesaria una conversación previa sobre el tema, pero sí que es algo que hay que decidir, al fin y al cabo, si se ha acudido a algún lugar para la cita, no es buena idea irse sin pagar la cuenta.
Cada pareja tendrá que tomar la decisión que considere más acertada en cada momento, porque cada primera cita es diferente y puede que las cosas cambien y sea una decisión que haya que tomar sobre la marcha. Puede pagar uno de los dos, se puede dividir la cuenta a partes iguales o puede decidirse que cada uno se haga cargo de sus consumiciones.
Por protocolo, se puede considerar que la persona que pide la cita y la planea, es decir, decide qué se va a hacer o a qué restaurante se va a acudir, será quien se haga cargo de pagar la correspondiente cuenta. Al fin y al cabo, acudir a ese lugar ha sido su decisión y no tiene por qué ajustarse a los presupuestos de la otra persona.
Decidir quién paga la cuenta también puede ser una manera de asegurarse un nuevo encuentro. Así, en cada ocasión será uno de los implicados quien pague lo consumido, una buena forma de asegurar que haya una segunda cita con un discreto ‘a la siguiente invitas tú’.
Lo más habitual en una primera cita, que se produce para conocerse un poco mejor, es que ambos se ofrezcan a pagar la cuenta y sea necesario llegar a un acuerdo, porque ninguno de los dos conoce la situación financiera del otro (podría pagar el que gana más) o las costumbres que la otra persona suele tener en sus citas (si efectivamente, está acostumbrado a que paga quien propone la cita).
Que sea él quien tiene que pagar siempre es una costumbre que ha quedado anticuada y que además no soluciona nada en caso de que ambos sean hombres o no haya hombres en absoluto en la cita. Los tiempos han cambiado y con ellos las tradiciones de la primera cita, que conviene adaptar también a unos tiempos en los que la igualdad es la norma en casi todos los aspectos.
Hace ya mucho tiempo que pagar la cuenta en la primera cita no se considera obligatorio para nadie y cada vez es más habitual que compartir este gasto no se sienta como un ‘ataque’ sino como una manera de ver a la otra persona como un igual con quien poder formar equipo. Por tanto, ¿quién debe pagar la cuenta en la primera cita? Solo los implicados podrán responder a esa pregunta.