Los tiempos de cada persona son diferentes, por eso acudir a una primera cita sin ideas preconcebidas es lo mejor. No podemos evitar los nervios de este tipo de encuentros, pero sí que podemos ahorrarnos la presión extra que supone esperar que las cosas salgan de una manera determinada, sea esta cuál sea.
Imponernos unos tiempos pensando que es lo que se espera de nosotros o de una primera cita no es lo mejor, siempre será más recomendable adaptarnos a lo que nos apetece en ese momento, lo cómodos que nos sintamos, la conexión existente o las ‘señales’ que recibimos de la otra persona.
Poco importará querer acabar la cita con un beso si la otra persona no está receptiva o no se siente cómoda con la situación. Del mismo modo, tampoco conviene encorsetarse en que se trata de una primera cita y es mejor dejar el primer beso para más adelante, cuando es algo que a ambos les apetece en el momento.
No existe un momento predeterminado para dar el paso, no existe un demasiado pronto o demasiado tarde, solo hay que encontrar el momento en el que ambos deseen dar el paso… y darlo. Aprender a leer las señales que marcan ese momento es lo que puede tener una complicación mayor.
Saber cuál es el momento adecuado para darse el primer beso puede considerarse todo un arte, pero hay ciertas señales que indican que la otra persona también está interesada y son esas señales, que nosotros mismos emitimos, las que hay que aprender a identificar para saber si un beso será bien recibido.
El lenguaje corporal es esencial para poder saber si la persona con la que estamos teniendo la primera cita está interesada en dar el paso. Las miradas dicen mucho y si te mira a los labios, miradas que pueden ser largas o durar apenas unos segundos, puede ser signo de interés, aunque conviene recabar algunas evidencias más.
Si mantiene tu mirada, juega con su cabello, inicia el contacto físico o sigue el comenzado por ti, serán signos de que la otra persona puede estar interesada, aunque como decimos, eso no es signo evidente de que quiera dar el paso y besarte. El momento y el lugar es también importante, pues no todo el mundo se siente cómodo con las muestras de afecto en público.
El final de la cita suele ser el instante en el que se da el paso, una despedida parece propiciar este gesto, por lo que esperar hasta el final de la cena puede ser lo mejor. Un lugar no demasiado público ni demasiado privado puede crear el ambiente de intimidad necesario para que el beso se produzca. Hay personas que por timidez (o por los motivos que sean) espera que sea la otra persona quien dé el paso. Si ese es tu caso, lo mejor es mandar ‘señales’ claras.
Podemos pensar que las cosas están saliendo como nosotros queremos, si nos apetece finalizar la noche con ese primer beso seguramente estemos atentos a las señales de la otra persona, pero es necesario tenerlo muy claro antes de dar el paso definitivo.
Mirarse a los ojos con intención, inclinarse hacia la otra persona ligeramente y con calma para ver si nos sigue el juego o se aparta… todo ello puede ayudarnos a hacernos una idea clara de lo que sucede, pero si quieres jugar sobre seguro, lo mejor es preguntar directamente a la otra persona, de manera sencilla e intentando que sea natural.
Si la respuesta es positiva, está claro que lo siguiente será el primer beso de la pareja, pero hay que estar dispuesto a aceptar que es posible que la respuesta sea un no; ambas son igualmente válidas. Esta negativa no tiene por qué querer que la cita no haya salido como nosotros hemos percibido, pero puede dar pie a una nueva conversación en la que tocará saber si esta primera cita también será la última.
La percepción que cada cual tiene de una situación no tiene por qué ser la real o la única, por lo que tener el consentimiento de la otra persona sin hacerle sentir culpable ni presionarle será la mejor manera de que la noche acabe bien (o de la mejor manera posible) para ambos.
Así, crearse demasiadas expectativas o acudir a la cita con una idea preconcebida sobre cómo irá, lo único que consigue es que estemos más nerviosos. Es mejor adaptarse a la situación conforme veamos cómo se desarrolla, descubrir sobre la marcha si hay química y si ambas personas tienen la misma intención y, por tanto, mandan las mismas 'señales'.