Jesús Calleja circula por los pasillos de Mediaset contento. Se ha estrenado la nueva temporada de 'Volando voy' y ha ido a varios programas de la cadena para presentar el regreso de uno de sus shows más populares, que ya cumple 10 temporadas en antena y que ya puede verse todos los miércoles a las 22.50 en Cuatro. "Vengo sin saber con quién voy a hablar, ni qué me van a preguntar. Improviso", dice y podemos confirmar que es así porque para esta entrevista no ha puesto ningún pero. Se ha entregado, se ha dejado guiar hasta el plató de la web, un lugar pequeño pero acogedor en donde hemos charlado de todo: los desafíos de mostrar la España vaciada, sus tradiciones y su gente, la lesión que casi lo deja fuera de juego el año pasado, su familia multicultural, lo que piensa de la intolerancia ante la inmigración, su idea de la felicidad y también los miedos de un aventurero (sí, los tiene).
"Lloro como una magdalena. Soy muy sensible". Es lo primero que cuenta cuando le preguntamos sobre las grabaciones de los nuevos episodios de 'Volando voy'. Al parecer, la ha disfrutado "muchísimo" y así como ha llorado mucho también se ha reído a carcajadas: "Me hice amigo de casi todos los invitados", cuenta.
Ha sido un rodaje especialmente difícil. El año pasado, una lesión grave esquiando lo dejó con algunas complicaciones en la rodilla que por suerte ya se han esfumado. En vez de posponer o suspender las grabaciones, que implican para él montarse en helicóptero y caminar muchos kilómetros para recorrer los pueblos que visita, emprendió los viajes con su equipo de rehabilitación a cuestas: "Tenía seis horas de fisioterapia por día y entre medias grababa". La situación retrata bastante al personaje: nada lo detiene. Ni siquiera los "achaques de la edad" porque no los tiene. Al menos no a simple vista: "Tengo que entrenar tres veces más que cuando tenía 20, pero soy capaz de hacer lo mismo que cuando tenía 20".
Con todos los viajes que ha hecho, su idea de la felicidad ha cambiado. Cuando le preguntamos qué ha aprendido de las maneras de ser feliz de otros, dice: "Cuando se hace el programa escolar y luego pasas al bachiller, y luego haces una carrera, nadie nos enseña a ser felices". Para Jesús Calleja eso debería enseñarse y promoverse tal como en Bután, donde incluso hay un Ministerio de la Felicidad que ha servido de modelo en el mundo sobre cómo orientar las políticas públicas hacia el bienestar de los ciudadanos. "Me parece una genialidad. El concepto final de la vida es ser feliz. Lo que más he aprendido de la gente de los pueblos es que ellos necesitan menos que nosotros para ser felices". Para Calleja, acumular no lleva a ningún lado. El bienestar está en las pequeñas cosas y en la naturaleza, pero sobre todo en los seres queridos.
Sin embargo, aclara que no vive en la utopía. Reconoce que no puede "separarse de su smartphone" ni de la velocidad de la vida capitalista: "Mira la velocidad que llevamos. Yo mismo la llevo. Lo ideal sería el equilibrio. Nadie quiere renunciar a su smartphone. Pero yo digo: diviértete con la evolución pero nunca pierdas de vista que cada minuto que pasas con la gente que quieres es un minuto que has ganado. Yo, por ejemplo, tengo la suerte de tener a mis dos padres. Intento estar todo lo que puedo con ellos. Todos los días hablo por teléfono con mi madre. Y con mis amigos. No quiero hacer ninguna actividad si no están mis amigos porque las disfruto con ellos".
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"No seguimos un patrón convencional", dice con una gran sonrisa cuando se le pregunta por sus hijos. Calleja adoptó a su hijo Ganesh en Nepal cuando el niño tenía 7 años. Hoy tiene 36 y ha convertido a Jesús en abuelo: en pareja con una joven de León, han tenido a Namgyal. Pero además, Ganesh le pidió a su padre traer de Nepal a su hermana y a su mejor amigo. Así que ahora son una gran familia multicultural. Por eso, el tema de la inmigración en España que muchas veces se lleva a debate y deja al descubierto los prejuicios e intolerancia de alguna parte de la sociedad, lo interpela profundamente.
"Vivimos tiempos convulsos en donde pensamos que la gente migrante vienen para hacer el mal o para quitarnos el trabajo", dice en esta entrevista. "Ellos suplen puestos que falta cubrir, son necesarios", defiende, y aclara desde qué lugar quiere posicionarse: "No estoy hablando de política, me preocupa la parte social, la parte de humanidad. Es muy importante que entendamos que todos somos iguales, que tenemos los mismos cromosomas, que estamos constituidos de la misma manera, que no podemos prejuzgarnos por una condición sexual, por un país, por un color. Dile tú a un chico de África que es gay y que su país lo metería en la cárcel solo por ser gay (...) Nadie sale de su país porque se encuentra bien allí. Hay que tener esa perspectiva".
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Aunque asegura que no le teme al paso del tiempo y que cualquier problema que le caiga, como una enfermedad, por ejemplo, la afrontará y "saldrá adelante", aunque sea una persona que organiza su vida exponiéndola a diversos riesgos, sí hay un miedo supremo que lo mantiene alerta. En este vídeo nos lo cuenta.