“Gracias a dios los soldados no nos han visto. No tenemos tiempo. Hemos cogido ropa como hemos podido para cambiarnos. El barrio está derruido. ¿Qué será de nosotros?”, se pregunta un palestino que ha sido expulsado de su casa en el campamento de refugiados de Jenín, ahora completamente arrasada por las bombas israelíes.
De esta manera, la vida en las calles de Cisjordania se apaga. Mientras el fuego arrecia y destruye viviendas. Como Abu, algunos vecinos se escabullen entre escombros intentando no ser detectados por las tropas israelíes para recuperar pertenencias tras ser forzados a desplazarse. Al igual que otras 15.000 personas, Dana huyó del horror para intentar sobrevivir. Hoy su familia regresa por primera vez al que un día fue su hogar. Están nerviosos. No quieren entrar solos. Arriesgan demasiado. Pueden estar a tiro, desde cualquier esquina.
Muchos palestinos se acercan temerosos a la prensa extranjera recurrentemente y piden ayuda para que los periodistas entren con ellos a echar un vistazo a sus casas. Una zona ahora asediada por el ejército de Israel y bajo explosiones permanentes. .“Con vosotros quizá tengamos una oportunidad, porque lleváis un chaleco antibalas y no sois palestinos “, cuenta Dana a nuestro equipo de Noticias Cuatro. Nuestros compañeros les acompañan, abriéndose todos paso entre ruinas, sonidos de guerra, drones de vigilancia sobrevolando, y aroma a quemado por los recientes ataques aéreos.
La agonía se impone nada más abrir la puerta. Está todo devastado. Calcinado. La casa de Dana ha sido un campo de batalla. Cristales, disparos, estancias devastadas. Rebuscan contrarreloj. Empaquetan lo poco que pueden en bolsas de basura. Lo esencial. Especialmente ropa o pañales para los más pequeños. Con desgarro, se despiden de lo que era suyo. “Adiós”, dice Dana, besando sus flores. Posiblemente, jamás podrán volver.
Pero ¿adónde van? ¿Cuál es su horizonte? Muchos de ellos han tenido que marcharse a colegios a los que llegan cada vez más refugiados, que están acondicionando humildemente. Colchones en el suelo. Fogones improvisados. “Estamos sufriendo. Queremos volver a casa, estudiar, y tener una vida normal”, cuenta a Cuatro una adolescente cuya existencia ha sido turbada por el conflicto de manera radical.
Otros, como Fasir y sus hijos de apenas seis y ocho años, ahora viven bajo las lonas agujereadas de modestas tiendas de campaña en medio de la nada. La tuvo que construir con sus propias manos. “Los soldados nos echaron de casa. Es muy duro vivir así. Nuestras condiciones son miserables. Y más en invierno. No tenemos nada. Ni siquiera un baño para asearnos. No podemos seguir así. Es inhumano”, explica afligido. Sus rostros hablan por sí mismos. Su futuro se desvanece. Es la nueva Nakba, el éxodo forzoso palestino del siglo XXI.