El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, confía en que los progresos de su Ejército en Kurks influyan positivamente en una posible negociación con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Mientras sigue la guerra, el terror llega desde el cielo con los drones. La ciudad de Vovchansk lleva sufriendo combates salvajes casi desde el inicio de la guerra. Aquí vivían 20.000 personas y ahora el sonido de los drones retumba entre las ruinas.
Un dron ruso impacta a centímetros de una cámara que está rodando un reportaje empotrado en un comando en el norte de Járkov, cerca de la frontera rusa. A pesar del chaleco y del casco, la sangre le cubre los ojos. Hay numerosos impactos de metralla y la explosión ha sacado el interior del antibalas.
Él se llama Pavlo Borysko y, junto a él, un soldado es rápidamente enviado al hospital. Ambos están estables y han sobrevivido. En este lugar secreto, los pilotos de dron ucranianos le enseñan las modificaciones, novedades, cámaras, conexiones y las tácticas de combate que siguen con estos aparatos.
En la ciudad de Vov Chanks, las atrocidades suceden cada día desde hace meses, como la de un soldado ruso que consigue poner una mina cerca de un pelotón ucraniano. Los terribles combates de infantería entre ambos ejércitos -por el control de esta importante plaza estratégica- han dejado su sitio a la artillería y los drones porque toda la zona está plagada de minas. Se trata de un infierno fronterizo, un pulso constante entre ambos países donde seguirán muriendo soldados a la espera de una resolución diplomática.
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