A simple vista, Martín y Rocío parecían haber encontrado a una persona que encajaba perfectamente en su entorno, pero él no termina de fiarse de las personas que cumplen con los estereotipos del típico “perroflau” y ha descubierto que todo lo que le iba a decir su cita era más que predecible.
Todo parecía funcionar bien. Ella le ha contado que tenía un refugio de animales y que su pasión eran los seres vivos, que creía en eso de vive y deja vivir, y que su día a día lo dedicaba a cuidar a sus animales y dar clases. Martín es productor musical y hace música todo el rato.
Al hablar de alimentación, la cosa ha comenzado a torcerse porque Martín le ha dicho que era vegetariano, pero no era una persona radical porque le gustaba conocer otras culturas y otras tradiciones. Ella ha alucinado porque las vacas no están medio muertas, están siempre muertas y le estaba pareciendo muy hipócrita lo que estaba escuchando.
Martín ha comenzado a sentir que su cita era una persona muy predecible y ha querido saber hasta que punto llegaría su radicalidad preguntándolo por algo que no haría jamás en la vida. Rocío le ha dicho claramente que “jamás me comería una vaca” y él ha ido un poquito más allá “¿Entre viajar a Marte y comerte una vaca?” e incluso, “¿Y si en Marte solo pudieras comer carne muerta?”.
Él ha sentido que la no le gustaban los radicalismos y ella que su relación era imposible porque él no seguía sus principios básicos.