Las contracturas musculares son una de las lesiones más habituales en la práctica deportiva. Son molestas y difíciles de curar, por lo que hay que tratarlas con sumo cuidado y conocimiento.
La contractura muscular es una contracción del músculo o de alguna de sus fibras, de forma continuada e involuntaria. Normalmente, los humanos tomamos la voluntad de contraer músculos de forma voluntaria; pero si un músculo se contrae voluntariamente y produce un dolor continuado, entonces es que tenemos una contractura muscular.
Es un hecho que ocurre cuando un músculo aumenta su tensión. Se contrae y acorta las fibras. De forma normal, un músculo se contrae y, tras haber pasado el momento en el que la actividad le genera tensión, volverá a su estado natural. Pero, si no se destensa, se hinchará o abultará, provocando un “nudo muscular”.
Hay que tener en cuenta que las contracturas no se producen solamente haciendo deporte. Una vida sedentaria, una mala postura durmiendo o en el sofá o levantar peso de forma incorrecta puede provocarnos esta molesta lesión. El nerviosismo es otra de las causas más comunes a la hora de sufrir contracturas, especialmente en la zona cervical.
Las contracturas musculares suelen durar unos días, aunque en casos concretos, pueden ser permanentes. Generalmente no son graves, pero pueden ser bastantes molestas en función de la zona afectada o del daño causado.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, como cualquier dolencia muscular, lo primero que hay que hacer es tratar de evitar que ocurran. Para ello, son muy importante los estiramientos y calentamientos, antes y después de entrenar. Durante la práctica deportiva es importante medir la intensidad y que esta sea progresiva, para no forzar al músculo de forma repentina y que, al forzarlo, acabe provocándose una lesión.
Una vez sufrimos una contractura, hay que tratarla de forma personal. Lo más aconsejable, en primer lugar, es acudir al médico o fisioterapeuta para que nos recomiende cuál es la mejor solución en función de nuestra afección.
El calor local debe ser una de las primeras opciones. Dotar calor a la zona dolorida provoca un efecto analgésico y relajante, que paliará el daño y ayudará a que se reduzca la inflamación de forma lenta, pero segura. El frío solo debe darse si la lesión es a causa de un golpe con el objetivo de evitar la inflamación; no es recomendable en contracturas musculares.
Los relajantes musculares o los antiinflamatorios son otra de las soluciones habituales si el dolor es bastante intenso. Pero, ante todo, deben estar prescritos por el médico de cabecera.
La solución más eficiente es la realización de un masaje por un fisioterapeuta especializado, ya que saben cómo tratar la zona y, al mejorar el flujo sanguíneo, la recuperación de tejidos será más rápida y se reducirá la tensión de la zona y, por tanto, el dolor.