Hacía por lo menos 14 años que la política no tomaba partido de forma tan aparatosa en el mundo del deporte. Desde los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, no se había vivido una participación tan clara de la política. El Mundial de fútbol de Catar y la guerra de Ucrania han sido los principales motivos.
Las mujeres lo han sido por partida doble. En Afganistán, la llegada al poder de los talibanes en 2021 supuso el borrado de las mujeres y las niñas de la práctica deportiva. El Comité Olímpico Internacional (COI) confiaba en que el comité olímpico local fuese una salvaguarda ante las medidas gubernamentales, pero en la práctica no parece posible. En Irán, obligadas a competir con velo. En China, vigiladas para que no abandonen la senda oficial. Y todas olvidadas apenas semanas después de ocupar portadas, devoradas por la actualidad.
La principal polémica estuvo relacionada con la tenista china Peng Shuai, quien denunció a finales de 2021 en una red social que había sido víctima de abusos sexuales por parte del ex viceprimer ministro Zhang Gaoli. Tras un tiempo sin noticias sobre su paradero, el COI recibió presiones para que retirase a China la organización de los Juegos o, al menos, tuviese un gesto de condena. El organismo localizó a Peng y el presidente Thomas Bach mantuvo con ella una videoconferencia, después de esto la deportista borró su denuncia. La Asociación de Jugadoras (WTA) acordó para todo 2022, y mantendrá en 2023, un veto a China y no organizará torneos en ese país mientras no pueda comunicarse con Peng de forma privada.
Con la invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero, desató una guerra de consecuencias nefastas también para el deporte. El COI sancionó a Rusia con la imposibilidad de organizar competiciones deportivas en su territorio. Los deportistas no podrían competir con sus símbolos nacionales, algo que ya tenían igualmente prohibido por las sanciones contra el dopaje en su país.
Las federaciones acordaron excluir de sus competiciones a los deportistas de Rusia y su aliado Bielorrusia. En algunos casos, porque terceros países no querían su presencia; en otros, por comportamientos intolerables como el del gimnasta ruso Ivan Kuliak, que recogió una medalla en la Copa del Mundo de Doha con la 'Z' -símbolo de la invasión- pegada al pecho. El COI vive desde febrero sumido en "el dilema" de haber tenido que apartar de la competición a deportistas "solo por su pasaporte". Centenares de deportistas ucranianos viven y se entrenan fuera de sus fronteras, en un éxodo de consecuencias aún imprevisibles para sus resultados.
La situación de los derechos humanos en Catar fue polémica meses antes del comienzo del Mundial, pero cuando comenzó a rodar el balón la atención se centró en la competición y casi todo lo demás pasó a segundo plano. El brillo de los majestuosos estadios acabó con la polémica sobre las condiciones en las que los obreros inmigrantes habían trabajado durante su construcción. Con el transcurso de los días el Mundial de fútbol se redujo a eso, al fútbol.
Las hinchadas fueron y vinieron sin problemas, los estadios se llenaron y el presidente de FIFA, Gianni Infantino -"hoy me siento catarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento un trabajador emigrante"- declaró el de Qatar como el mejor Mundial de la historia.
La muerte en septiembre de Mahsa Amini, de 22 años, tras ser detenida por la Policía de la moral por no llevar bien puesto el velo islámico hizo que miles de iraníes, sobre todo jóvenes, se echaran a la calle primero para protestar y luego para pedir el fin de la República Islámica. La escaladora Elnaz Rekabi participó sin velo en una competición en Seúl, en un claro gesto de apoyo a las protestas.
En el partido de fútbol entre Irán y Senegal disputado el 27 de septiembre los jugadores iraníes escucharon el himno con chaquetas negras que tapaban el escudo nacional. En el propio Mundial, la selección no cantó su himno, pese a las amenazas previas de su Federación ante cualquier gesto político.
Pero lo peor llegó cuando las autoridades desvelaron que el futbolista Amir Reza Nasr Azadani había sido condenado a muerte por "hacer la guerra contra Dios". La comunidad internacional ha emprendido campañas contra esta barbarie y aguanta la respiración en espera de acontecimientos.
La baloncestista estadounidense Brittney Griner, de 31 años, fue detenida en Rusia en febrero por llevar en la maleta menos de un gramo de aceite de hachís para vapear, una sustancia prohibida en el país. Pocos días después el Kremlin ordenó la invasión de Ucrania y Griner se convirtió en una pieza más sobre el tablero de las tensas relaciones entre Washington y Moscú. La doble campeona olímpica y mundial fue condenada a nueve años de cárcel por tráfico de drogas. Tardó diez meses en ser liberada, en un canje de prisioneros negociado entre los gobiernos de los dos países. A cambio de Griner, Estados Unidos pagó el alto precio de liberar al traficante de armas Viktor But, conocido como el "mercader de la muerte", que cumplía 25 años de pena.