El Atlético de Madrid recibía en casa al Real Madrid, ya campeón de Liga. Entre el ambiente de partido grande en el Wanda Metropolitano, la polémica se desató con dos aficionados madridistas, un padre y su hijo, que asistieron a la grada local y salieron escoltados por la policía entre cánticos de: “Madridistas hijos de puta” o “Vikingos no”.
Durante los primeros minutos de partido en el Wanda Metropolitano, la grada baja del fondo norte del estadio prestaba atención a la tensión que se desataba en uno de los sectores: por un lado, un padre y un hijo que portaban la bufanda del Real Madrid y la equipación completa respectivamente; por otra, los aficionados locales que animaban a su equipo y se percataron de los comentarios despectivos que realizaba el mayor de edad visitante.
Todo ocurrió cuando el adulto y los aficionados locales entraban en un rifirrafe propio de la rivalidad que hay entre los dos equipos. Entre los propios colchoneros también saltaron chispas, que se recriminaron estar protagonizando una imagen de vergüenza.
La tensión fue aumentando y tanto la seguridad privada del Atlético de Madrid como la Policía Nacional medió entre los aficionados envueltos en la revuelta y evitó que se llegara a las manos. Tanto el padre y su hijo, como los rojiblancos implicados, fueron expulsados del estadio.
Mientras los dos aficionados visitantes subían las escaleras escoltados por la policía, la grada los despidió cantando “Madridistas hijos de puta” y “Vikingos no”.
Sin pasillo, en una versión rebajada del Real Madrid, el Atlético de Madrid logró una victoria desconocida en el Wanda Metropolitano, la primera contra su 'eterno' rival en su moderno estadio, a través de un penalti transformado por Yannick Carrasco, oro puro para el conjunto rojiblanco en su persecución obsesiva de la Liga de Campeones, a tan solo ya un triunfo, sin depender de nadie más que de sí mismo.
A tres jornadas del final, sus seis puntos de ventaja sobre el Betis, más la diferencia particular a su favor contra él, lo postula en una situación de privilegio, tal y como ha sido la temporada. Un premio de consolación, indispensable, para el grupo de Diego Simeone, que tuvo ocasiones para hacerle más daño al Real Madrid en el derbi, pero terminó encerrado en su área, expuesto a la ofensiva final del equipo blanco y encomendado a Jan Oblak.
Jamás en toda la era Simeone se encontró el conjunto rojiblanco un Real Madrid tan contemplativo en una competición que ya le parece ajena. Tiene motivos para considerarlo. Es el campeón irrebatible, no le queda nada interesante por lograr en este torneo y todas sus expectativas se centran ya en el tremendo desafío de la final de la Liga de Campeones.