El Atleti ganó en el último suspiro ante Osasuna (1-0). A los colchoneros le costó volver a la competición tras el parón y se topó con un gran equipo defensivo. Los de Arrasate volvieron a demostrar su poderío en defensa como en el Bernabéu que impedía a los del Cholo crear peligro. Ni los cambios que realizó el técnico argentino hizo que el partido se revolucionara. Fue ya en los instantes finales del encuentro a través de un córner la única forma que tendrían los rojiblancos de percutir la portería rival. Felipe cabeceó en el 86 para dar los tres puntos al equipo.
Disputados ya diecisiete partidos, incluido el de este sábado, el Atlético navega en una duda insistente. Ni es lo que pretende ni se parece demasiado a lo que fue, dentro de un término medio insuficiente cuando las ambiciones y las responsabilidades que asumen los grandes equipos no admiten matices, cuando la competición por la Liga no espera a nadie y cuando se marca la diferencia entre el grupo de favoritos y de perseguidores. A estos últimos pertenece por ahora el bloque de Simeone, extraviado en la indefinición.
Seis victorias en sus últimos quince choques oficiales son un síntoma evidente. De su plantilla se le espera mucho más de lo que ofrece, tanto como se aguardan las soluciones que siempre aparecen de Simeone, un hombre indiscutible en la mutación en la última década del Atlético, al que recompuso su grandeza. Ahora necesita rearmar a su equipo en torno a una nueva idea, a la nueva exigencia que le proponen sus rivales, tan estudiado como lo tienen.
Aún no lo ha logrado esta temporada. Salvo excepciones, como el 3-0 al Betis entre los más recientes y contados ejemplos, la dimensión de este Atlético está aún por descubrir, por expresarse de verdad, si es que lo hace con la plenitud que se intuía cuando configuró la plantilla de la que dispone. Hoy es un equipo más visible por alguna individualidad que por su colectivo. Y eso en el exigente fútbol actual no es nada concluyente, como tampoco lo parecen los continuos centros de Hermoso o como tampoco lo fue el partido entero, más el primer tiempo que el segundo, que ofreció el conjunto rojiblanco frente al Osasuna.
Nada más el Real Madrid ha sido más productivo como visitante en esta temporada de LaLiga Santander que el bloque navarro, que se plantó con descaro en el Wanda Metropolitano. Ni nervioso ni acomplejado, armado en torno a sus cinco defensas, a una estructura compacta, sin rehuir la posesión de la pelota, ganador de muchas de las segundas jugadas cuando el duelo transitó por sus primeros compases, cuando se jugó a todo lo que pretendía Osasuna y, sobre todo, en campo del Atlético.
No le vienen nada bien al grupo de Simeone tales parámetros. Necesita crecer en el terreno rival, donde se siente más fuerte. También requiere más vértigo su juego. Sin él, el regate es un simple mecanismo para terminar en el mismo sitio. En la nada. Le ocurrió al Atlético todo el primer acto salvo cuando surgió Griezmann, que, en contraste, cada vez se parece más al '7' que hizo goles y goles en su primera etapa. Él monopolizó cada ocasión -algunas no tanto para ese calificativo- del primer tiempo.
Porque no hubo demasiadas oportunidades. La mejor del Atlético, una pared desbordante entre Marcos Llorente y Correa que terminó en el remate apurado de Griezmann; la mejor de Osasuna, un trallazo de Lucas Torró que Oblak repelió como pudo para sostener el 0-0 al descanso; un resultado inválido para el conjunto rojiblanco, que ha concedido tanto en las últimas semanas que ya sólo le vale ganar cada día.
En ello insistió el Atlético, que cambió el partido. Porque comenzó a jugar en campo rival con la constancia que no lo había hecho antes, porque empujó a Osasuna hacia su área, lejos del bloque alto con el que pretendía defenderse, y porque merodeó sobre el marco de Sergio Herrera con una cantidad de centros, sobre todo de Vrsaljko, que presagiaban algo más de lo que había ocurrido antes, por más que aún Luis Suárez y Rodrigo de Paul calentaban en la banda para entrar en juego para media hora.
En cualquier caso, no había promovido en una hora de partido ni una sola parada del guardameta de Osasuna. Nada amenazante para él ni para su equipo, resistente entonces y rehecho después, sin quitar el ojo tampoco de la portería contraria, tan consciente como cada uno de los espectadores del Wanda Metropolitano del fino filo en el que se movía el resultado del partido, como el cabezazo ganador de Felipe Monteiro en el minuto 86. La única fórmula, agónica, que tiene hoy por hoy el Atlético.