El lunes 17 de mayo se celebra el Día Mundial del Reciclaje en un contexto de pandemia, en la que el artículo de usar y tirar más frecuente es probablemente, la mascarilla y no se recicla. Las mascarillas se deben depositar en el contenedor de descarte, que es el de color gris o verde, según el municipio. Su futuro es la incineración en el mejor de los casos, aunque sea también contaminante. Pero millones de ellas acaban en la naturaleza y allí permanecerán sin descomponerse cientos de años.
Las cifras asustan: en España, utilizamos unos 700 millones de mascarillas al mes. Los ciudadanos las ven “en la calle, por todos lados” porque hay gente que “en vez de tirarlas en la papelera, en el suelo”. “Tendrían que multar a la gente”, expresa un hombre.
Esto provoca que cada mes acaben alrededor de 6 millones en el mar, es decir, 72 millones al año. “Al ser mascarillas, solemos encontrarlo mucho más enredados en plantas y en animales porque se van volando por el aire y se enganchan. Las hemos encontrado también flotando por el fondo marino. En exceso puede bloquear salidas de agua, puede ser muy malo para la vida que ya está en océanos y en las rías”, dice Olimpia López, coordinadora de actividades de la Fundación Ecomar.
La fauna marina, o se enreda o las ingiere y esto también acaba afectando al ser humano. “Hay datos de que estamos ingiriendo máximo, es decir, hay valores que llegan ya hasta los 5 gramos de plástico semanales, que sería el equivalente al plástico del que está formado una tarjeta de crédito”, revela Jordi Sánchez, Responsable de Proyectos de Submon.
En general, las mascarillas están hechas de polipropileno, “un derivado del petróleo, por lo tanto tarda como 405 años en llegar a descomponerse”, cuenta Natascha Payá, climatóloga y geógrafa de Meteored, que explica que hay que tirarla “en el contenedor de deshechos, el gris, nunca en el amarillo”.
Pero, “el problema de las mascarillas es que las tiramos en el contenedor de restos, que es un material que no está contemplado en principio que se recicle”, según Sánchez. Es un problema que ahora parece de difícil solución, pero, como mínimo, los expertos piden no tirarlas al medioambiente.