Protegido con un candado más propio de una taquilla de gimnasio que de un dispositivo de seguridad nuclear, Japón abría este pasado jueves las compuertas de la planta de Fukushima. Durante los próximas tres décadas verterán al océano agua contaminada, eso sí, previamente tratada.
Una práctica que no es nueva, aunque la cantidad que van a verter al mar no tiene precedentes: más de un millón de toneladas de agua radiactiva que han sido utilizadas para enfriar los restos del combustible nuclear que se fundieron en los reactores dañados por el tsunami del año 2011.
El primer ministro nipón, Fumio Kishida, asegura que "el Gobierno asumirá la responsabilidad hasta que se complete la eliminación del agua tratada, incluso si se necesitan varias décadas para completar de forma segura el desmantelamiento y el vertido del agua procesada".
Según las autoridades del país asiático, el agua ha sido depurada previamente reduciendo su radiactividad hasta niveles seguros y, tras diluirla en agua, su impacto en el océano será insignificante. Este plan ha sido avalado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y por gran parte de la comunidad científica.
El director de dicho organismo, Rafael Grossi, explica que "fue muy alentador ver que los primeros resultados confirman lo que habíamos previsto, es decir, que los radionucleidos, todavía presentes en el agua, están en niveles extremadamente bajos. En realidad, en niveles mucho más bajos de lo que habíamos supuesto inicialmente".
Sin embargo, también se alzan voces discordantes. Los más enfadados son los pescadores japoneses, que por el momento ya han perdido la mitad de sus exportaciones puesto que China ha anunciado una prohibición temporal de los productos pesqueros de Fukushima y su entorno.
Además, según las encuestas, alrededor de la mitad de los nipones no se fían de la compañía eléctrica que opera la central. Fumitaka Tsutsumi, pescador y manifestante, dice que "vertieron el agua contaminada al mar, ignorando las voces de sus ciudadanos. Esto es algo que nunca deberían hacer".
Greenpeace también ha pedido que el agua permanezca en los tanques de almacenamiento hasta que se invente una mejor tecnología para su procesamiento. No obstante, a pesar de la oposición interna y externa, el vertido ya se está produciendo.
Esta mañana, en la lonja de Numano-uchi, al sur de Fukushima, los compradores no se fijaban tanto en el peso del pescado sino en los análisis del agua, ya que los datos de radiación son ahora un barómetro clave para decidir qué comer.