Dentro de una semana se celebra el 50 aniversario de la llegada del hombre a la luna. Sin embargo hasta llegar hasta allí se libró una lucha titánica en plena guerra fría entre la URSS y EEUU.
Von Braun es uno de los nazis más buscado tras la de la segunda guerra mundial. Buscado para contratarle, el diseñó las V- 1, las bombas propulsados con cohetes, los primeros misiles, lo que suponía que ya no hacían falta aviones para bombardear.
Von Braun se entregó a los Estados Unidos, pero el público norteamericano no soportaba su pasado nazi. Entonces aprendió la primera palabra del vocabulario estadounidense: marketing. Así, se unió a Walt Disney para vender su sueño de conquista espacial.
Sin embargo, ni estadounidenses ni soviéticos pensaban en el espacio sino en cómo propulsar sus bombas atómicas o cómo crear misiles transcontinentales.
Por su parte, la URSS liberaró para dirigir su programa de cohetes a Korolev, un científico que había sido encarcelado injustamente por traición. Hasta su muerte, su nombre fue mantenido en secreto. Convenció a sus mandos de que había que mandar satélites al espacio para espiar a Estados Unidos.
En 1957 comienza la carrera espacial con el lanzamiento del Sputnik, con el tamaño de un balón de playa. Los norteamericanos vivieron con pánico que un satélite comunista se pasease por su cielo, y los recelos ante el pasado nazi de Von Braun desaparecieron.
Pero ya los sovietos llevaban ventaja: mandaron al primer ser vivo al espacio, la perrita Laika, que murió a las 5 horas de orbitar, y lo máximo conseguido: llevan al hombre al espacio, a Yuri Gagarin, el hijo de un carpintero. El sueño comunista vencía al capitalismo estadounidense.
No quedaba otra, los estadounidenses tenían que llevar como fuera un hombre a la luna.