Lince Works nos trae la secuela de Aragami, intentando repetir éxito y volver a enamorarnos con su acción sigilosa. Esta segunda parte llega puliendo algunos elementos del original y aportando una divertida opción cooperativa para tres jugadores. Lamentablemente, sus misiones dolorosamente repetitivas y algunos errores de bulto lo alejan de la perfección.
La primera entrega de este juego de ninjas sorprendió a casi todo el mundo con su lanzamiento en 2016. Los barceloneses de Lince Works lanzaron un juego muy solvente que se ganó un hueco en los corazones de muchos aficionados al género de los juegos de ninjas. Acción pausada, mucho sigilo, algunos poderes sobrenaturales y un estilo gráfico muy peculiar y llamativo fueron las armas que catapultaron al éxito a este desarrollo independiente. Tanto, que el juego ha tenido contenido extra (a modo de precuela) y una edición especial.
El poder de las sombras
Este Aragami 2 nos presenta una jugabilidad y maneras que extienden lo que pudimos disfrutar en su primera entrega. Volvemos a meternos en la piel del héroe estoico y silencioso, uno de los últimos aragami, en una historia que se produce en una época distinta al título anterior, unos 100 años después de aquel. Nuestro héroe ha sido eliminado, pero no ha muerto del todo, sino que se encuentra en una especie de limbo, con el aspecto de una aldea medieval japonesa, rodeado de seres malditos y atrapados en las sombras, como él.
En esta aldea, llamada Rashomon, nuestro héroe podrá aprender a utilizar sus habilidades de las sombras, entrenar, reponerse y compartir información y recursos con sus compañeros. Será nuestra base de operaciones y desde aquí, aceptando misiones principales y secundarias de todo tipo, realizaremos incursiones en el mundo real para eliminar objetivos, conseguir recompensas y descubrir por qué nos encontramos en esta situación (nosotros y el resto de héroes malditos).
La historia no es gran cosa, no nos ha atrapado demasiado y realmente nunca llega a despegar. El juego en sí tampoco incentiva que busquemos respuestas. Y cuando llegan, nos da un poco igual. Lo bueno es que, lo flojo o intrascendente de su historia, hace que tenga pocas o nulas conexiones con el original y te permite disfrutarlo sin haber echado ni dos minutos al Aragami de 2016.
Lo importante es saber que en la aldea podremos mejorar nuestras habilidades en el combate (con un componente sobrenatural) gastando puntos de experiencia obtenidos en las misiones al subir de nivel. También podremos gastar el oro conseguido en ellas en una herrería, donde podremos abastecernos de armas y recursos fungibles (pociones de salud, shuriken, etc.) Aquí tendremos que hablar con algunos de los habitantes para que nos otorguen nuevas misiones o apuntarnos a ellas en un útil tablón de anuncios para héroes aguerridos.
Cuando salimos al mundo a realizar las diferentes misiones nos enfrentaremos a distintos retos que requerirán de algunas habilidades de combate (ya que a veces el combate directo será inevitable) pero sobre todo habilidades de infiltración, sigilo y asesinato. Aragami significa literalmente ‘asesino silencioso’ y a eso nos aboca el juego si queremos salir indemnes de cada una de sus incursiones.
Por distintos entornos en mapas limitados, que normalmente presentan bosques y aldeas, más o menos pobladas, deberemos reconocer el terreno y saber infiltrarnos sin ser detectados. Lo más importante es no llamar la atención para que los enemigos no den la alarma y vayan directamente a por nosotros. Por muy diestros que seamos con la espada, la mayoría de las veces que nos enfrentemos a más de un enemigo a la vez, estaremos muertos.
Aquí es donde nos servirá de mucha ayuda el poder de las sombras, una serie de habilidades sobrenaturales que nos irán allanando el camino y haciendo de nosotros un asesino más parecido a un fantasma. Ir moviéndonos por los tejados y demás alturas, escondernos tras muros o en la hierba alta o sorprendiendo al os enemigos en los lugares más ocultos de otras miradas será nuestra rutina.
Las diferentes misiones nos pedirán distintos objetivos, como escuchar conversaciones ajenas desde las sombras para sacar información, robar suministros o eliminar a ciertos objetivos. El juego nos da dos oportunidades (con tan solo una muerte) para cumplir cada misión, y si nos eliminan una segunda vez tendremos que reiniciarla o volver a la aldea con el rabo entre las piernas.
Al final el juego te empuja al sigilo más absoluto y a trabajar las incursiones y las misiones silenciosas y las muertes desde las sombras. Primero porque es más sencillo (aunque requieren de una paciencia casi infinita en algunos casos) y segundo porque el combate directo es engorroso y muy poco satisfactorio. Cuando te detecta un enemigo y se dirige hacia a ti espada en ristre, en la mayoría de las ocasiones preferirás reiniciar la misión a enfrentarte a esa tortura. Es sorprendente que en un juego de ninjas el combate esté tan más diseñado y sea tan poco satisfactorio.
Aunque el juego presenta muchos momentos interesantes y cuando dominamos dos o tres habilidades y reconocemos el terreno comenzaremos a sentirnos un asesino casi invisible y letal. Pero lo malo es que los entornos se repiten una y otra vez, presentando mapas de misión calcados unos a otros. Los enemigos son clones sin alma que presentan tres o cuatro tipos distintos. Y el objetivo de las misiones es repetitivo hasta la nausea.
La sensación de repetición y de estar jugando siempre la misma misión con tres variaciones es agobiante a partir de las quinta o sexta incursión. Y deja de apetecer volver a empezar, tan solo para lograr un punto de experiencia, un puñado de oro y algún coleccionable.
Es cierto que la experiencia gana si juegas en modo multijugador cooperativo hasta para tres jugadores. Esta nueva opción que llega con esta entrega nos ha dado algunas alegrías. Los niveles laberínticos cobran mayor expresión cuando hay que dividirse los objetivos, tener una estrategia común para acabar con los enemigos e intentar evitar ser descubiertos.
No queremos hacer más sangre, pero además técnicamente flojea. El apartado gráfico no está a la altura de la nueva generación de consolas y diríamos que cumple con la anterior. Las texturas de los entornos son planas y muy poco variadas y el apartado artístico, que sorprendió en la primera entrega, ha perdido aquella frescura y ya no es una sorpresa. Además, la poca variedad de enemigos y demás elementos nos ha decepcionado bastante.
Al menos la banda sonora está a la altura y tenemos que decir que sus 15 horas de campaña nos han tenido enganchados un tiempo, sobre todo cuando compartimos la experiencia con otro ninja, mano a mano. En general, Aragami 2 mantiene algo de la magia y el buen hacer de su primera entrega, pero la sensación de repetición y unos cuantos fallos imperdonables hace que la experiencia se haya quedado muy descafeinada. Esperábamos mucho más de esta secuela.