Afortunadamente, a pesar de las crisis de la industria, de los ascensos y caídas de compañías emblemáticas, de la pérdida de prestigio o los escándalos de todo tipo en otras, del agotamiento de algunas franquicias por la sobreexplotación de sus entregas anuales, de la falta de imaginación y la repetición de géneros hasta la saciedad y demás males que padecemos en este mundillo de los videojuegos, hay sagas que siempre son una apuesta segura. Que al final no defraudan. Lo hemos vivido recientemente con Zelda, con God of War y, afortunadamente, lo vivimos ahora con Diablo.
Blizzard no está pasando por su mejor momento, pero hay lanzamientos que sirven de auténtico bálsamo ante la adversidad. Diablo IV es mucho más de lo que esperábamos su legión de fans incondicionales de todo el planeta. La experiencia de acción RPG oscura y demoníaca que es el sello inconfundible de la saga mejorada con dos grandes elementos extra que la convierten en una obra sublime: una mirada al pasado (a la historia oscura de los primeros juegos y a buena parte de su jugabilidad) y otra mirada al futuro (el juego como servicio masivo online en un mundo abierto cargado de cosas por hacer). El mejor Diablo, adaptado a los tiempos.
Un juego que desde el principio te atrapa en su historia, te convierte en un elegido, un héroe de Santuario y te lanza a un mundo hostil cargado de cosas por hacer. Todo con una historia apasionante que te tendrá entretenido una decena de horas pero que, a pesar de resultar de lo más entretenida, es tan sólo el principio, un aperitivo. Lo mejor de Diablo IV es todo lo que ocurre una vez agotada la campaña. Ahí comienza la fiesta, la fiesta de exterminar demonios.
Una de las principales críticas que recibió en su día Diablo 3 es que su historia y su ambientación parecían mucho menos oscuras que las dos primeras entregas del juego. Parece que la crítica debió calar profundamente en sus responsables, debió escocerles un poquito, porque han debido pensar: ¿qué queréis oscuridad?, ¡pues tomad dos tazas! Porque hay que decir que se les ido un poquito la mano. Diablo IV es extremadamente oscuro, truculento y diabólico.
Ya sabéis que podemos elegir entre 5 clases muy diferentes para encarnar a nuestro héroe (Bárbaro, Druida, Hechicera, Pícara y Nigromante) y a partir de ahí comenzaremos a vivir una historia en la que indagaremos en los orígenes mismos de Santuario, su creación por las fuerzas de la luz y la oscuridad. La campaña nos empuja a intentar detener a Lilith, la Hija del Odio, que ha regresado a Santuario para abrir una puerta al infierno y liarda muy parda.
Pero Santuario ya era un lugar inmundo y tenebroso antes de que llegara Lilith a terminar de ponerle el lacito diabólico al asunto. Nuestras largas expediciones por sus inmensas y devastadas tierras nos lo dejarán claro. No hay más que gentuza por toda su geografía y lo comprobaremos hablando con sus NPC’s, que nos encargarán toda clase de misiones secundarias que nos alegrarán las horas entre las misiones principales. Todo el mundo en esta condenada tierra ha hecho todo tipo de cosas horribles (ha traicionado a alguien de su familia, a matado a un vecino para quedarse con sus vacas o ha vendido a sus hijos por un puñado de monedas), y ahí estamos nosotros para intentar expiar un poco sus pecados. Todo a base de eliminar demonios a golpes y hechizos.
Pero esto sigue siendo Diablo y todo gira en torno a los poderosos pilares RPG que cimentan la saga: sube de nivel para evolucionar el gigantesco árbol de habilidades de tu héroe para configurar el gameplay a tu gusto (hay literalmente cientos de habilidades donde elegir) y consigue y acumula el mejor botín para tener un equipo mejor (recogiendo, comprando, fabricando o mejorando toda clase de cosas). Y estos dos objetivos son los que siempre nos empujan a explorar una zona del mapa más, entrar en una mazmorra más, eliminar varios centenares de demonios y muertos malolientes más. Diablo en estado puro y refinado de manera impoluta, pero en un mapa abierto donde nosotros decidimos en todo momento por dónde continuar.
Un mapa de Santuario abierto a nuestra exploración y que está repleto de otros jugadores que pululan por la zona y con los que podemos interactuar en todo momento, intercambiar impresiones y unirnos para enfrentarnos a eventos, misiones, mazmorras, las geniales Helltides y eventos gigantescos que le dan la chispa suficiente a Diablo IV para que no quieras salir de Santuario en los próximo seis o siete meses. Diablo se convierte en un semi-MMO y, de verdad, le siente tan bien.
Y lo que es genial es que las zonas del mapa se adaptan al nivel de nuestro héroe. No vale eso de volver a una zona fácil a acumular experiencia de manera sencilla. Aquí los monstruos suben de nivel como tú y te lo ponen difícil todo el rato, vayas a donde vayas. Hay que adaptarse, explorar nuevas habilidades y cambiar estrategias para enfrentarse a nuevas y peores pesadillas demoníacas, sobre todo a los inspirados jefes finales. La mayoría de ellos te harán sudar sangre para completarlos, con mecánicas muy variadas que te obligan a ser creativo en tu selección de habilidades y forma de luchar. Y sobre todo, te obligarán a esquivar. Esquiva, todo el rato.
Me lo he pasado pipa completando la decena de horas de campaña, porque me encanta el lore de Diablo y he gozado todas sus narrativas y personajes. Pero en esta entrega, más que nunca, el juego comienza verdaderamente cuando terminas de escuchar la historia de la campaña principal. Aquí, de verdad, el juego te suelta en su mapa abierto para ofrecerte cientos de actividades para llevar a cabo, que te seguirán empujando a exterminar demonios y obtener cada vez mejores piezas de botín. Por supuesto, ahora los demonios y demás engendros que pueblan este mundo son mucho más fuertes, las mazmorras se complican exponencialmente y los jefes finales se encuentran a otro nivel. Es ahora cuando te tienes que poner en serio a sacar el máximo potencial a la clase de héroe que has elegido.
El incentivo de Diablo siempre fue conseguir el mejor botín, es un juego simple de esfuerzo-recompensa. Combates épicos y espectaculares contra cientos de demonios que terminan con un montón de cadáveres repartidos por el suelo y un montón de oro y piezas de botín para recoger. Es simple, pero funciona. Es como una droga dura que no te deja parar. Necesitas seguir matando demonios, necesitas seguir recogiendo botín. Y luego ir a una ciudad a vender lo que no necesitas, a construir nuevos objetos geniales y a vacilar con tu nueva armadura reluciente ante los jugadores que compartas retos cooperativos. Y Diablo IV sigue haciendo esto condenadamente bien.
Los árboles de habilidades de cada clase de Diablo IV (muy diferentes entre si) recuerdan a la configuración de Diablo 2 pero han ganado en profundidad de manera exponencial y, aunque ya podrás leer por internet algunas combinaciones perfectas para cada clase, no estoy muy seguro de que haya sólo una build óptima para cada una. Sus diseñadores han creado tal variedad de combinaciones que son muchas las opciones y, aunque es cierto que hay algunas que son la ‘joya del a corona’ del nivel de daño en cada clase, habrá muchos tipos de jugadores que elegirán unas u otras construcciones. Además, la obtención de objetos legendarios en las mazmorras va añadiendo una capa más de complejidad y especialización a tus habilidades. Y eso complica (y mejora) todo. Y eso hace mucho mejor al juego.
Una misma clase puede darte muchas formas de jugar y puedes ir cambiándola a lo largo de la partida explorando esa rama del árbol de habilidad a la que no habían prestado intención (al menos en los primeros niveles es relativamente sencillo, ya que en los niveles altos ya será más difícil y costoso dar un cambio radical a tus habilidades),. Y luego tienes la posibilidad de crear otro personaje con otra clase. Un total de cinco clases para explorar las ‘chorrocientasmil’ combinaciones posibles que ofrece el juego para aniquilar demonios. Es tan satisfactorio y está tan bien diseñado… Y tienes un mundo abierto para jugar con todo ello y caballos de todo tipo para recorrerlo al galope…
Y esta nueva estructura de ‘juego como servicio’ que parece que ha venido a Diablo para quedarse parece que nos irá dando alegrías periódicas en forma de nuevas expansiones, temporadas y cambios sustanciales en Santuario, en sus mazmorras, en sus eventos y cosas por hacer, tanto en solitario como acompañados de otros jugadores. Y eso alargará la experiencia de Diablo IV mucho más allá de sus versiones anteriores, y eso que ya con Diablo 3 Blizzard dio con la tecla para que los fans no salieran de Santuario por unos cuantos años.
Diablo IV ya lleva a la venta más de una semana y habréis leído o experimentado de primera mano mucho de lo que encierra. A nivel técnico y artístico el juego es una delicia y colma las expectativas de sus fans en lore oscuro y despiadado. Blizzard ha sabido adaptar una saga clásica a los nuevos tiempos, sin perder la esencia del juego (de hecho, volviendo a muchos elementos de Diablo 2). El resultado es el juego que queríamos los fans, y para prueba los números récords que está cosechando el título en todo el mundo. Se trata del juego de Blizzard que más rápido ha vendido de su historia y ha superado ya la diabólica barrera de los 666 millones de dólares de beneficios (incluyendo muchos de los micropagos estéticos que tanto se han criticado, pero, qué demonios, la gente termina cayendo. Diablo IV para rato y ¡qué gustazo!
*Hemos realizado este análisis con un código de Diablo IV para PS5 proporcionado por Activision Blizzard.