Al pensar en un tsunami es posible que el primero que se nos venga a la cabeza sea el que azotó las costas de Sumatra y Sri Lanka a finales del 2004, y que inspiró en 2012 la película de “Lo imposible”, de J.A. Bayona. O el tsunami japonés que provocó el accidente nuclear de Fukushima en 2011. En cualquier caso, este es uno de los fenómenos meteorológicos más temidos por la población mundial, y además, también es uno de los que más atención genera en los medios de comunicación. Aunque se conocen perfectamente los efectos tan devastadores que pueden dejar a su paso, realmente, ¿sabemos qué es un tsunami y cómo se forma?
La palabra tsunami procede de las palabras japonesas ‘tsu’, que significa puerto o bahía y ‘nami’, que quiere decir ola. Se podría traducir como ola de puerto u ola de bahía, pero mundialmente se ha adoptado el término nipón para referirnos al fenómeno que consiste en la llegada de una serie de olas que se precipitan hacia la costa.
En muchas ocasiones, se han referido a los tsunamis como maremotos. Pero, los científicos suelen descartar el empleo de este término porque no siempre estas olas están causadas por la acción de las mareas. Se diferencian con las olas comunes que podemos ver cada día en las playas en que, las olas de un tsunami no son producidas por el viento. Además, la mayor parte de ellas no “rompen” como las olas comunes.
Los tsunamis son una serie de olas que pueden producirse a lo largo de horas o incluso días, y que se acercan a las costas como una marea que crece a una velocidad muy rápida, generando corrientes muy fuertes que se extienden tierra adentro provocando grandes daños materiales y personales. En ocasiones, estas olas toman la forma de paredes de agua, alcanzando la costa en entre 5 y 60 minutos.
Otra característica que tienen los tsunamis es que la primera ola que llega a la costa no suele ser la más potente. Son las olas siguientes las que tienen un mayor poder destructivo. Cuando la ola de un tsunami entra tierra adentro por primera vez, suele retroceder dejando expuesto el lecho marino a lo largo de decenas o cientos de metros. Esto es una señal inequívoca de que hay que alejarse de la costa lo más rápido posible. Ya que, después de esta primera ola inofensiva, llegan las siguientes que arrastran escombros marinos, lo que aumenta aún más su peligrosidad.
Los tsunamis pueden originarse debido a erupciones volcánicas, deslizamientos submarinos de tierra, deslizamientos terrestres de grandes volúmenes de escombros, detonaciones nucleares submarinas o impactos de meteoritos. El desencadenante más común de un tsunami suelen ser los terremotos submarinos que se forman en los límites convergentes de las placas tectónicas. De hecho, hay constancia de que el 80% de los tsunamis están provocados por terremotos.
Además, hay que tener en cuenta que la formación de un tsunami puede dividirse en cuatro fases diferentes. La fase inicial, por lo general, comienza lejos de la costa cuando un terremoto, una erupción volcánica o algún movimiento abrupto de terreno en el fondo del mar desplaza una gran cantidad de agua que se encuentra por encima. Aunque la cantidad de terreno afectado sea pequeña, la enorme liberación de energía que hay en estos eventos, es capaz de desplazar a toda la columna de agua que se encuentra encima de él, lo que significa que afecta a una gran área y volumen de agua. De hecho, el tamaño del tsunami lo determina la magnitud de la deformación vertical del fondo marino.
La fase de propagación se produce en el océano profundo. Aquí comienzan las olas de un tsunami, y pueden ser prácticamente imperceptibles llegando a medir solo unos 30 centímetros. Lo que ocurre es que, estas olas son capaces de viajar recorriendo miles de kilómetros atravesando el océano a velocidades vertiginosas de hasta 1.000 kilómetros por hora. En esta fase, a diferencia de las olas normales, que suelen estar separadas por decenas de metros, las crestas de las olas de un tsunami pueden estar separadas por distancias de hasta 200 kilómetros.
En su fase de amplificación, según se va acercando a la costa, la altura de las olas de un tsunami aumenta y las distancias entre las crestas van disminuyendo. Cuando se acercan a la costa, la fricción con el suelo menos profundo hace que se ralentice la velocidad de la ola pero, provoca que la altura sea mayor. En algunos casos más extremos, las olas han llegado a medir 30 metros de altura. La primera parte de la ola que va a llegar a la costa es un valle y no una cresta de ola, lo que provoca el fenómeno que hemos comentado antes: la marea se retira cientos de metros más de lo habitual. Esto suele tener lugar durante unos 6 minutos antes de que la primera ola del tsunami golpee la costa.
En la fase de impacto, la última etapa del tsunami, la gran masa de agua arrastrada por la ola entra tierra adentro. Se diferencian de las olas normales en que las olas del tsunami no rompen, avanzan como un sólido muro de agua que va chocando con lo que se encuentra. Cuando ya tocan tierra, la mayoría de tsunamis tienen menos de un metro de altura, pero puede haber excepciones, llegando a alturas monumentales de 30 metros de agua como los tsunamis más sonados de estas últimas décadas.
Mar adentro, un tsunami no representa apenas una amenaza para las embarcaciones. Pero sus efectos en la costa pueden variar en gran medida: algunos prácticamente no se notan y otros, pueden resultar devastadores.
La capacidad de destrucción del tsunami depende de las características del evento sísmico que los ha generado. Casi cada día, se producen pequeños tsunamis como resultado de pequeños terremotos que son prácticamente imperceptibles y casi indetectables.
Pero, cuando se producen fruto de un gran terremoto, las olas pueden alcanzar alturas extremadamente grandes, produciendo daños devastadores y la pérdida de muchas vidas. Una ola de apenas 30 centímetros en mar abierto, puede llegar a ser un monstruo de agua de hasta 30 metros al llegar a tierra firme. Por suerte, estos casos son menos y un tsunami en condiciones normales no tiene por qué suponer ningún peligro mayor a una ligera marejada.