Quizás para que una leyenda sea considerada como tal habría que empezar a analizarla pasados los años. Y si hablamos de Michael Jordan es el momento por muchos motivos. Desde el comienzo hasta el final de su carrera, el histórico 23 de los Bulls es una versión distinta a lo que se suele hacer hablando de leyendas del deporte, la música la literatura o la ciencia.
Lo más reciente que tenemos en mente de Michael Jordan es su parte humana, terrenal, cercana al dolor que hoy vivimos. Podríamos llamarle Jeffrey para hacerlo más cercano al sufrimiento que padecemos todos por este infausto 2020. Jeffrey, nuestro Jordan, lloraba desconsolado tras la pérdida de su 'hermano pequeño', Kobe Bryant, en el trágico accidente de helicóptero en Los Ángeles. Esas lágrimas humanizaban la leyenda y, precisamente porque venían de una leyenda, nos recordaba lo que somos.
Desde su puesto de jefe, lo que es ahora (lo que llevó siempre en la sangre), parece que todo marcha bien. Es cierto que como propietario de los Charlotte Hornets no está consiguiendo los resultados que incluso él esperaría, pero Michael Jordan tiene algo, otro don más, y es la paciencia. Llegará. Igual de eficaz que cuando sigue al mando de su línea 'Air Jordan', las zapatillas que más dinero han generado de la historia del deporte mundial y que, recientemente, han reclutado a Luka Doncic para seguir siendo referencia.
Esa paciencia y persistencia para la que siempre estuvo dotado, incluso cuando vinieron mal dadas jugando en los Wizards, en su tercera vuelta a las canchas con 40 años. No fue criticado, incluso con malos partidos, porque no había sitio para las grandes críticas. Siempre jugó con la máxima seriedad y responsabilidad.
Siempre asumiendo el último tiro, como el que le dio el sexto anillo en Utah, con un último balón en sus manos y una jugada en la que hasta que el perjudicado, Bryon Russell, podrá decir aquello de "es que no pude parar a la Leyenda". Un título de orgullo, raza, instinto, que llegó después de haber superado una depresión, de haber dejado el baloncesto tras el asesinato de su padre y pisado las ligas menores de beisbol. Pero es que eso no era lo suyo.
Una leyenda se forja partido a partido, sin la inmediatez que vivimos en el siglo XXI, noche a noche en las intensas temporadas de 82 partidos de la NBA. Múltiples jornadas de récords, jugadas inimaginables, luchas psicológicas, físicas (llegando a las manos en alguna ocasión).
Recuerdos de los 63 puntos en un playoff contra Boston cuando Dios se disfrazó de Jordan; el mate del Madison volando por encima de Pat Ewing; la canasta a aro pasado entre 4 jugadores de los Nets con Petrovic sin poder hacer nada; Scottie Pipen con el 23 en la mano pidiendo su retorno en 1995; su canasta al contraataque con giro de 360º ante un Laimbeer que quería 'matarlo'; su mate ante Mutombo desafiando con el dedo su 'no en mi casa' cambiándolo por el 'tú a mí no'; el concurso de mates del All-Star de Chicago volando desde la línea para ganarle a Dominique Wilkins... Así se hacen las leyendas, día a día, año a año, sin mirar las estadísticas cada noche y haciéndolo con perspectiva.
Muchos dirán que esa leyenda nació en el famoso partido de entrenamiento del Dream Team, cuando los veteranos se enfrentaron a los más jóvenes, conocido como 'el partido que nadie pudo ver' (aunque hay imágenes), y en el que Michael Jordan le dio un repaso al equipo de Magic. Aquel día Magic, en la retirada hacia el vestuario, le dijo a Larry Bird algo así como "este es el nuevo gallo del gallinero". Era la preparación para los Juegos Olímpicos de Barcelona '92 y resulta que nuestra leyenda, Michael Jordan, ya era campeón olímpico desde 1984 cuando se enfrentó a España.
Una leyenda del baloncesto patrio como Fernando Romay le puso un tapón en esos Juegos y José Luis Llorente lo defendió como nadie consiguiendo una foto para la historia en la que se aprecia perfectamente que lo que hizo el bueno de Llorente era lo mejor que se podía hacer: mirar y disfrutar. Como es lógico, cada jugador de los nuestros verá aquellos dos enfrentamientos de Los Ángeles '84 como historias que contar a sus hijos, nietos y todas las generaciones, historias de las que aún disfrutan hoy porque sucedieron delante de una leyenda.
Ni sus 6 anillos de la NBA, sus 14 presencias en el All-Star, sus 11 MVP (5 en la liga regular y 6 en las finales), sus 2 medallas de oro en los JJOO, todos los premios individuales imaginables, su simpática 'Space Jam', 10 títulos de máximo anotador, su vídeo con Michael Jackson, su partido de exhibición en la ACB (sí, vino a jugar un amistoso a España)… nada de ello hubiera sido posible sin su determinación a la hora de asumir su rol de líder. El que se exhibió en su primera final con los 'Tar Heels' cuando metió la canasta de la victoria, a pesar de tener líderes en su equipo más veteranos como Sam Perkins o James Worthy.
Pero es que Michael Jordan era de otra pasta, de aquella que cuando te dicen que eres muy bajito para el siguiente nivel, se pasa horas colgando de unas espalderas en el gimnasio para intentar crecer. Siempre dice que no sabe si funcionó o no, pero la realidad es que nadie en su familia pasó del 1,90 y, sin embargo, él llegó a medir 1,98. Puede que en su colegio de Wilmington no fuera el más alto, pero era el mejor: el sitio donde empezó a labrarse una leyenda.