El debate sobre la inclusión de las mujeres trans en el mundo del deporte de élite es un tema complejo que se reaviva cuando llegan competiciones internacionales, como los Juegos Olímpicos o mundiales. El caso que ha vuelto a alentar las discusiones es el de Lia Thomas, una nadadora estadounidense que ha pulverizado todos los récords universitarios previamente establecidos por sus compañeras.
"Nadie está ni en contra de las mujeres trans ni de que estén integradas en el deporte, pero no a costa de que se pase por encima de las categorías divididas por sexos en las que se basa y que necesita el deporte", explica Irene Aguiar, máster en Derecho y Gestión del Deporte, asesora de clubes, federaciones y deportistas.
"Partimos del punto", señala, "de que las categorías deportivas se dividen por el sexo biológico y el cuerpo masculino tiene una serie de ventajas físicas sobre el femenino. Los hombres que se someten a un tratamiento hormonal de supresión de la testosterona, ¿pierden esa ventaja?".
"Hace 20 años, cuando se empezó a regular el asunto de los deportistas trans, no había certezas y, además, se conocían pocos casos. Ahora está todo mucho más estudiado y sabemos a ciencia cierta gracias a muchas investigaciones que el sexo masculino tiene ventajas que no desaparecen, ni siquiera tras un tratamiento de supresión hormonal. El problema es lo que ya ha hecho la testosterona en los cuerpos durante años y años, y que no se va", dice Aguiar. "Con las evidencias disponibles, las categorías divididas por sexo biológico se deben mantener", sostiene.
"En el debate entre sexo biológico y sexo sentido hay que tener en cuenta que en el deporte no cuenta el sentimiento o la identidad, sino el físico. Por decir esto he recibido bastante odio, pero también mucho apoyo. No hay término medio", admite.
Lia compitió como Will Thomas hasta 2019, cuando comenzó un proceso de cambio de sexo. Cumplido el año de tratamiento de inhibición de la testosterona que exige la liga universitaria en estos casos, Lia puede participar sin limitaciones en las pruebas femeninas.
"Cuando Lia Thomas bate un récord, excluye a una mujer de ser la plusmarquista, a otra de estar en el primer puesto, a otra de estar en el podio y así en cadena. Hay cientos de afectadas", dice Aguiar.
"El golpe psicológico de salir a competir sabiendo que van a perder de forma injusta es brutal. Competir contra una mujer trans que se beneficia de los efectos de la testosterona durante años en su cuerpo es como competir contra una persona dopada. La injusticia se comete gane o pierda", defiende Aguiar. "Y las deportistas sienten la presión de que se tienen que callar".
"Se está defendiendo competir según el sexo sentido en aras de la inclusión, pero es un debate falsario. El deporte es exclusivo por naturaleza, las plazas en la competición son limitadas. Cada inclusión de una persona de sexo biológico masculino, con las ventajas que le han dado años de testosterona, en la categoría femenina, excluye, al menos, a una mujer biológica de participar; pero, si se clasifica o gana, afecta a todas las mujeres en su clasificación, de lo que depende el acceso a otras competiciones, becas, patrocinios... Su sustento económico. Son mujeres que han luchado durante décadas por igualar su participación, su reconocimiento y sus ganancias a los de los hombres", argumenta Aguiar.
Que les pregunten a las jugadoras de la selección estadounidense, cuatro veces campeonas del mundo y otras tantas campeonas olímpicas, que firmaron hace dos semanas un acuerdo con su federación por el que tendrán el mismo sueldo que el combinado masculino, cuyo mejor resultado en un Mundial fue la tercera plaza de 1930 y que en su última participación, en Brasil 2014, fue decimoquinto.
La primera mujer trans en participar en unos Juegos Olímpicos, en los disputados en Tokio en 2021, fue una levantadora de pesas, la neozelandesa Laurel Hubbard, nueve años después de empezar su terapia hormonal.
El Comité Olímpico Internacional (COI) dejó en manos de la Federación Internacional (IWF) la inscripción de Hubbard en los Juegos, que se autorizó después de que ganase el oro en los Copa del Mundo de Roma, torneo clasificatorio, en la categoría de +87 kg.
Compitió en los Juegos con 43 años, la participante de más edad en el torneo olímpico de halterofilia. Su actuación creó una enorme expectación, pero su nivel deportivo no estuvo a la altura: tres nulos en arrancada la llevaron a la última posición de su grupo.
Tras los Juegos, agradeció la oportunidad y anunció su retirada.
La polémica generada por el caso Hubbard llevó al COI a revisar su política de participación de los deportistas transgénero. Pero lo que hizo fue derivar a cada federación internacional la regulación de su deporte, en busca de la fórmula perfecta: que puedan competir todos, pero en igualdad de condiciones.