Nunca antes tres hombres habían despertado la admiración del mundo entero. Pero la vida para los tres astronautas del Apolo 11 no fue siempre fácil tras regresar de la Luna.
Los tres elegidos no tenían ni 40 años cuando llegaron a lo más alto. Estaban preparados para ir, pero no tanto para volver, lo difícil fue pisar de nuevo tierra firme, se habían convertidos en auténticos héroes, aplaudidos en todo el planeta y no llevaban del todo bien la fama.
Neil Armstrong, el líder, el comandante, el hombre de los nervios de acero falleció en 2012 a los 82 años. A los 16 años ya tenía carnet de piloto, antes que el de conducir, a los 21 participó en la guerra de Corea y de después llegó a la NASA para hacer historia pero nunca logró acostumbrarse a la fama. "Los amigos, los colegas de repente nos miraban y nos trataban de forma diferente a cómo lo habían hecho antes. Nunca lo entendí del todo" aseguró.
Armstrong dejó los aviones, dejó la NASA y se refugió en la universidad y trabajó de profesor de ingeniería espacial en la américa profunda.
Si él fue el primer hombre en la luna, Buzz Aldrin fue el segundo algo que tampoco llevó demasiado bien, "mi vida habría sido más frenética si hubiera sido el primero. Quién sabe, quizás me habría convertido en profesor de universidad". Tras pisar la luna, también dejó la NASA y tuvo que superar baches como el del alcoholismo o la depresión, incluso llegó a criticar al gobierno de estados unidos por no proteger su salud mental.
El tercer hombre fue Michael Collins, el astronauta olvidado, tuvo el privilegio de viajar a otro mundo, pero sin tocarlo, esperó a sus compañeros orbitando, no obstante, asegura que nunca se sintió arrinconado y siempre se consideró igual a sus dos compañeros.
Al igual que ellos dejó rápido la NASA y fue director del museo nacional del espacio y creó su propia consultoría aeroespacial. No pisó el satélite, pero es el que mejor ha rentabilizado el viaje. Tres hombres dejaron allí su huella, pero la luna también la dejó en ellos.