Shanghái, en la costa central de China, protesta. Los 25 millones de habitantes del municipio viven en un estricto confinamiento domiciliario. La ciudad más poblada del país asiático registra más de 60.000 casos activos tras la propagación de una subvariante de ómicron -aún más contagiosa- que ha provocado la ola más grave de los últimos dos años en este territorio.
Cientos de enfermos esperan mientras el Centro Nacional de Exposiciones de la ciudad se transforma en un hospital covid. Un total de 42.000 metros cuadrados y más de 40.000 camas ya operativas. Allí llegan médicos y enfermeros de apoyo.
"En Wuhan la mayoría tiene síntomas graves, pero en Shanghái la mayor parte son leves y muy difíciles de detectar. Los test masivos son muy importantes", señala en un vídeo reciente el doctor Bai Xiangjun, director del Hospital Universitario de Wuhan.
Las pruebas covid son obligatorias: quien se resiste es detenido. Y si un menor se contagia, hará la cuarentena separado de sus padres. Los desesperados intentos por salir a la calle o resistirse a la mascarilla terminan también en arrestos, y las mascotas de los positivos son sacrificadas.
Shanghái es una ciudad fantasma. Solo circulan ambulancias, autobuses y motos, los que distribuyen la comida. Y pese a las imágenes de almacenes repletos, hay miedo al desabastecimiento. Algunos se enfrentan incluso a quien supervisa su confinamiento.
Nadie saldrá de casa hasta que el último habitante se haya sometido a una prueba covid. Por las calles se pueden ver robots recordando a la población que no se puede salir de casa ni para tirar la basura. Son también robots los que distribuyen material sanitario. Todo lo que sea necesario para cumplir la estricta política de 'covid cero'. El cierre comenzó el 28 de marzo y no tiene fecha límite.