Uno los detalles que no ha pasado desapercibido en el ataúd de la reina Isabel II es que sobre él está la corona imperial, la misma que lució en su coronación y que llevó en los momentos más importantes. Lo curioso es que una de sus piedras preciosas principales, de hecho está en el frontal, es de procedencia española, de Granada.
Es el rubí negro, si bien se trata de una piedra parecida: una espinela. Como nos explica José Luis Sampedro, miembro de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía y autor de 'Joyas Reales, fastos y boato' (Ed. Esfera), el rey de Castilla Pedro I 'El cruel' (para sus detractores) o 'El Justo' (para sus defensores) se la quitó al sultán del reino de Granada en 1360.
Siete años después, Pedro I se la entregó al futuro rey inglés Eduardo III por su ayuda en la guerra por el trono castellano. Era la primera vez que un ejército inglés pisaba la península ibérica. La piedra tras muchas idas y venidas, incluyendo su presencia en cascos de batalla, se fijó a la corona de la reina Victoria en 1838 y de ahí a sus descendientes como el rey Jorge V o Jorge VI, padre de Isabel II. Pese a que el acto de la coronación inglesa es con la corona de San Eduardo, la imperial se la ciñen después, además de en todos los actos solemnes a lo largo de su reinado.
En España a diferencia de en Inglaterra, los reyes no se coronan, se proclaman. Mario Mateos, conservador de Patrimonio, nos enseña como son los símbolos de la corona española: cetro, corona, y un espacio aparte sería el salón del trono. Nuestra corona es de plata fundida, cincelada y dorada. No tiene piedras preciosas como la inglesa.
Los reyes españoles no tuvieron una tradición de joyas tan intensa como la de los monarcas ingleses, prefirieron el arte sobre todo cuadros y tapices. Aun así, muchas de las tuvimos las expoliaron los franceses al invadirnos de 1808. En este sentido es recomendable la lectura de 'Las Joyas de la Corona de España y su usurpación durante la invasión napoleónica' de la conservadora Amelia Aranda.
En cualquier caso, como nos señala Mario Mateos, las joyas de la corona no tienen que ser entendidas como joyas en su sentido literal sino como símbolos del Rey de ahí su importancia y su valor histórico.