Análisis de Narita Boy: viaje al centro de un videojuego ochentero
Los desarrolladores barceloneses de Studio Koba lanzan su esperado metroidvania
Una aventura pixelada y nostálgica con una ambientación que nos ha cautivado
Han pasado unos cuantos años desde aquella campaña de Kickstarter que lanzó Studio Koba para continuar el desarrollo de Narita Boy. Corría el año 2017 y los chicos de este estudio barcelonés triunfaban con esta campaña de micro mecenazgo. Su proyecto solicitaba la cantidad de 150.000 dólares para cerrar la campaña, una cantidad muy alta para los proyectos que se presentan en esta plataforma. No hubo problema. Más de 5.000 patrocinadores contribuyeron con casi 161.000 dólares para que Narita Boy fuera una realidad.
Pero es cierto que las promesas de lanzamiento apuntaban a verano de 2018 y el juego ha tardado casi tres años más en ver la luz. Afortunadamente y con una pandemia mundial de por medio, Studio Koba ha terminado el desarrollo de Narita Boy y lanza su opera prima con ganas de impresionar a los jugadores de todo el mundo con este metroidvania, homenaje total a la informática retro. Y hay que decir que el juego impresiona, sobre todo si eres un jugador con unos añitos a tus espaldas.
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Un héroe digital para salvar un mundo digital
Narita Boy tiene una ambientación increíble, y este es uno de sus principales argumentos. El juego nos pone en la piel de un chaval obsesionado con una consola, la Narita Boy, y su videojuego icónico, Narita Boy, ambos creados por un genio de la programación. Pero algo malo está pasando en el código del juego y una noche el chaval es ‘abducido’ por la consola y se convierte en el propio ‘Narita Boy’.
La historia de un héroe que se introduce dentro de un videojuego y lucha contra enemigos digitales no es nueva, es una narrativa recurrente de los 80 y 90, que ya hemos visto en películas como Tron y en cantidad de videojuegos. Pero la historia de Narita Boy es todo un homenaje a aquellas fantasías, una historia de amor a la programación de videojuegos, a los entresijos de las líneas de código, de los bugs, del lenguaje de programación…
Pronto descubriremos que la responsable de nuestra transformación a ceros y unos ha sido Mother Board, una especie de líder espiritual que guarda el código original del juego. Ella nos ha transformado en Narita Boy, el único héroe capaz de portar la mítica espada Techno-Sword y parar la amenaza que se cierne sobre el programa: el misterioso y peligroso Him y su ejército formado por criaturas de código corrupto.
La historia nos va presentando a un enorme conjunto de personajes, todos ellos protectores del programa original y miembros de un culto que tiene un único dios verdadero: el creador del juego, el ser superior que les dio la vida al escribir todas esas líneas de código que ahora están en peligro. A medida que avanzamos por este metroidvania vamos descubriendo nuevos personajes y una historia verdaderamente trabajada y apasionante.
Pero como hemos visto, el peligro que se cierne sobre el juego trasciende la pantalla y puede alcanzar el mundo real. Así, el código malicioso no solo está devorando la información del juego, sino la memoria del propio programador. Por eso, entre nuestros objetivos, además de eliminar las amenazas y proteger el código, estará recuperar y guardar a buen recaudo los diferentes recuerdos del creador del juego. Así, además de meternos en esta historia de píxeles, programas, subrutinas y código, iremos conociendo la emotiva historia del creador, desde su infancia en Narita, Japón.
Y toda esta fabulosa ambientación está revestida de un extraordinario y original apartado gráfico, con un bello pixel art y un fabuloso trabajo de arte. Todo con una limitada paleta de colores sobre fondos planos, lo que recuerda a los juegos de aquella época clásica. Unos gráficos que vemos a través de un filtro CRT que hace recordar a los viejos monitores CRT de los ochenta. Un cierto que, si te resulta demasiado, puedes desactivar. Y la banda sonora es una extraordinaria mezcla de sintetizadores homenaje a aquellas melodías de los juegos de 8 bits.
La banda sonora es muy variada, genial para cada fase del juego, y contiene auténticas obras de arte. Banda sonora que, por cierto, el estudio vende por separado y que debería estar nominada y recoger algunos premios cuando se entreguen galardones a finales de año.
A golpes con la tecno-espada
A nivel jugable Narita Boy no inventa nada, pero todo lo que hace, lo hace bien. Se trata de un metroidvania muy completo, complejo y de dificultad y diversión crecientes. Tendremos que ir cumpliendo distintos objetivos mientras exploramos este mundo virtual y conseguir una serie de tecno-llaves que nos darán acceso a nuevos niveles, nuevas capas de este mundo con nuevos desafíos, recompensas, aliados y enemigos.
Para ello nuestro héroe puede saltar (un salto que puede interrumpirse en el aire a voluntad si vemos que nos pasamos), puede realizar un dash en el suelo o en el aire que nos permitirá esquivar golpes y ataques enemigos y tendremos una serie de golpes con nuestra tecno-espada que iremos incrementando a medida que avanzamos. El héroe irá aprendiendo nuevos movimientos y golpes, unas habilidades llamadas aquí Potenciadores, que se adquieren en forma de disketes de 3½.
Estos potenciadores te irán dando habilidades en la lucha que te serán muy útiles para las nuevas variedades de enemigos que irás encontrando. Nuevas maneras de usar la espada, un rayo laser para freír a varios enemigos a la vez o la posibilidad de convertir los puntos de una barra de energía en puntos de vida cuando lo necesites. Todos esos potenciadores pueden aprenderse a utilizar a la primera, o recordar cómo se dominan en el apartado donde el juego los almacena.
Un sistema de combate y de movimientos no demasiado complicado pero que resulta muy satisfactorio y que nos sirve para plantar acara a la gran cantidad de enemigos que nos irán apareciendo. Enfrentarnos a ellos supone un desafío constante, pero sin llegar a una dificultad demasiado exagerada.
Solo encontramos una pega importante y es la dificultad que hemos encontrado, a veces, en la exploración. El juego te obliga a volver atrás una y otra vez, encontrar una llave en un extremo del mapa y volver para intentar abrir aquella puerta que dejaste olvidada siete niveles más allá. Y, con ese diseño y paleta de colores tan minimalista, a veces cuesta recordar dónde estaba una localización en concreto. Un mapa que poder consultar no le hubiera venido mal al juego, porque nos hemos perdido unas cuantas ocasiones y hemos recorrido y vuelto a recorrer varios niveles.
En definitiva…
Los escasos peros que le podemos encontrar a Narita Boy se ven totalmente eclipsados por su fabulosa ambientación, su estilo artístico, su sobresaliente banda sonora y su divertida jugabilidad. Es un juego que se disfruta de principio a fina, tanto en sus combates y momentos de exploración, como en esos momentos en los que estamos descubriendo su mundo, hablando con sus misteriosos personajes o descubriendo la historia detrás del creador del videojuego. Es una peli de los ochenta, narrada con el lenguaje de la informática clásica.