Alejandro Sanz y Pedro Cavadas, 'a corazón abierto' en 'Viajando con Chester'
cuatro.com
29/05/201510:52 h.“El éxito está bien, pero no debería arrasar con uno mismo. Al contrario, debería reafirmarte en lo que eres”, sentencia Alejandro Sanz. Difícil reto para este cantante y compositor, responsable de despachar más de 23 millones de discos, galardonado con el mayor número de premios Grammy para un español en la historia (20), reconocido con la Medalla del Mérito en las Bellas Artes y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Berklee, la institución de música privada más prestigiosa del mundo. Y sin embargo, “no tengo ni una maceta a mi nombre en mi barrio, Moratalaz”, se ríe este madrileño de nacimiento llamado Alejandro Sanz mientras bromea con el hecho de que Los Ángeles le homenajeara proclamando el 30 de abril como el día oficial del cantante en la ciudad californiana. “Me dijeron que hace tiempo, al puente que une mi barrio con el de La Estrella, al otro lado de la M30, le querían llamar el puente del ‘Corazón Partío’. Pero al final nada, ni una maceta”.
Desde hace más de 25 años vive dedicado a la música, una profesión que le ha dado todo. Fama, dinero, reconocimiento público… “Mis padres se sentían muy orgullosos de mí. (…) Mi madre nunca quería venir a mis conciertos porque sufría mucho, pero una vez la convencí y vino a verme a uno. Se pasó todo el concierto mandando a la gente callar. ‘Que está cantando mi niño’, les decía”, recuerda el cantante de su familia.
Sin embargo, todo lo bueno también esconde sinsabores y traiciones. “No voy a permitir que me hagan de mí un desconfiado. Prefiero confiar y equivocarme que no creer en las personas”, avisa Alejandro. En su memoria aún perdura aquel incidente en el que le involucraron dos trabajadores de su servicio doméstico, que incluso llegaron a chantajearle: “Eran unos hijos de puta, eran malas personas (…) Cuando les corté el dinero me amenazaron con hacer público mi acuerdo de separación o mis fotos personales si no les daba medio millón de dólares. Y les dije que va a ser que no. La guerra la empezaban ellos, pero la acababa yo”.
Ciudadano del mundo, no se olvida de que, ante todo, es español. Ni en política, “me gusta que los nuevos partidos hayan dicho que el crédito a los políticos tiene un límite”, ni en fiscalidad. “No creo que nadie pueda investigarme más de lo que lo hace Hacienda. Y me parece perfecto”, asegura serio. “No sé exactamente cuánto dinero tengo, nunca he sido de contarlo. Pero sí sé que todo lo que tengo lo tengo en España. Pago impuestos aquí, yo nunca me he hecho residente fiscal de ningún otro sitio”.
En España hay gente que ríe gracias a él. Literalmente. Pedro Cavadas podría pasar perfectamente por una persona anónima entre una multitud, pero para muchos enfermos, Pedro es más que un cirujano. Es un ángel de la guarda que les devolvió la sonrisa, la mirada o la posibilidad de pasear de la mano.
El primer hombre en España responsable de un trasplante completo de cara, “fui el primero, pero había una auténtica competición entre comunidades autónomas por ver quién se ponía la medalla”, se sienta en “Viajando con Chester” listo para abrirse en canal. Y Chester lo logra: “Hablar de todo esto me está doliendo, me está doliendo mucho”, confiesa en un determinado momento a una afectada Pepa Bueno. Las emociones y los recuerdos son imposibles de trasplantar. “Si realmente te implicas en el tratamiento de un paciente, si el paciente mejora mejoras tú, y si el paciente empeora, empeoras tú. En casos extremos, si el paciente al final muere, mueres un poco con él. Te mueres un poco bastante con él”.
Pedro admite vivir su vida consagrado a los demás, “si hay una profesión en la que no te relajas nunca es la mía”, y rechaza todos y cada uno de los tópicos que se han instaurado en el imaginario colectivo: “De momento no sabemos contarle mentiras tan elaboradas al sistema inmunitario como para que los trasplantes no entrañen riesgos (…) Un trasplantado de cara o de manos va a vivir menos que una persona no trasplantada”. Sobre todo, uno: “Nunca se sale de quirófano y se dice ‘la operación ha sido un éxito’. En el cine sí, en la realidad no (…) Yo necesito casi 10 días para poder relajarme tras una intervención”.