En el viaje a la infancia de Ainhoa Arteta, Ispáster en Vizcaya es otra de las paradas obligatorias. Es el pueblo en el que Ainhoa pasaba los veranos en casa de sus abuelos y en el que ahora vive su padre y su mejor profesor, José Ramón Arteta.
El padre de la soprano es un amante la de la música y es que José Ramón, músico, compositor y entrenador de voces, ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que la vida le iba a regalar una hija con esa maravillosa voz: “No quiero morir, quiero seguir escuchando a mi hija porque es única”.
Mientras que padre e hija le enseñaban a Samanta Villar la casa familiar que conservan casi intacta y le han contado anécdotas de una niña muy movida y que a su padre le daba igual todas las asignaturas porque él sabía que iba a hacer otra cosa: “Lo que siente mi padre por la música es tan fuerte que muchas veces le he evitado la cara B de esta vida, mi madre si la sabía”. La soprano también nos ha confesado que lo que siente por su padre ha sido durante muchos años un sentimiento contradictorio.
José Ramón era un padre y profesor sumamente estricto que su hija no terminaba de entender. Sí, era de esos de la sangre con una torta entra y ella asegura que “con mi padre he tenido una relación de amor-odio. Amor porque es mi padre, pero le he odiado hasta hace poquísimos años cuando entendí que si no hubiera sido tan severo yo no hubiera aguantado el tirón de Nueva York”.
Ainhoa perdió a su madre en 2008 y lo recuerda como el momento más duro de su vida, su madre lo era todo para ella, de hecho, en la casa duerme en el dormitorio familiar porque le sigue recordando el olor y la sonrisa de su madre. Tanto la soprano como su padre echan muchísimo de menos a su madre y nos han contado cómo con el corazón destrozado se dio cuenta de que también “se puede cantar con el dolor más intenso”. Su madre le pidió que cantara en su funeral y ella consiguió hacerlo.