El caso de Eva Blanco supuso un hito en España, un antes y un después en la investigación criminal basada en el ADN. En el año 2013, un agente de la guardia civil comprobó que había una serie de avances en la investigación del ADN, siendo posible sacar un perfil biográfico de una persona analizando su ADN. Color de pelo, color de ojos, raza... incluso se podía detectar algún tipo de enfermedad genética. En aquel momento, era la Universidad de Santiago la que trabajaba científicamente para poderlo hacer.
Fue entonces cuando la Guardia Civil encargada del caso de Eva Blanco se puso en contacto con la juez con la finalidad de que oficiase a dicha universidad, concretamente al departamento de Genética Forense, para llevarles una prueba del semen y así que hiciera un perfil biográfico de esa muestra. Y es que esto, hace 17 años no se podía hacer, por lo que suponía un punto de inflexión claro que daba atisbos de esperanza al caso.
Al cabo de entre dos y tres meses, los forenses contestaron a los guardias que llevaban el caso: ese perfil de ADN se correspondía con una persona norteafricana, de ojos marrones y color de pelo negro. Un descarte maravilloso que permitió acortar muchísimo el perfil del supuesto autor del asesinato. Se comprobó nombre por nombre, hasta de un total de 400 personas, la mayoría viviendo en Algete o en la Comunidad de Madrid. También salía gente que se había ido al extranjero. A todo esto hay que añadir que se tenían que dar mucha prisa, puesto que la cuenta atrás para que el caso prescribiera corría en contra del caso.
Finalmente, sonó la campana. En verano de 2015, una persona dio positivo del ADN que se marcaba. Dicha muestra marcaba un familiar directo del asesino de Eva Blanco, existiendo una relación de hermandad con el donante. En resumen, esa persona no era el autor, pero su hermano -supuestamente- sí lo era.
Un hermano que había vivido en esa zona y que un año después, había emigrado a Francia. La unidad se traslado allí, lo detuvieron y lo trajeron a España. Aquí trató de zafarse con el argumento de que dos hombres le habían obligado a eyacular en el cuerpo de Eva, pero el juez no lo creyó y lo envió a prisión. Allí se suicidó con los cordones de sus zapatos. Finalmente, la historia acabó con una indemnización de 90.000 euros del Estado español a su familia por no evitar su suicidio en la cárcel.