La “no Navidad” en Belén: así es la cruda realidad de la población palestina en medio de la represión y la guerra

  • Belén suspende la Navidad oficialmente “en solidaridad con Gaza” y como denuncia a la “opresión del pueblo palestino”

  • La ciudad alberga uno de los mayores campamentos de refugiados de Cisjordania, donde conviven más de 7.000 personas en apenas 1 kilómetro cuadrado

  • Las redadas, los arrestos y el hambre apresan a vecinos como Alí y Rim, que esperan su nuevo bebé para el mismo día de Navidad. “Somos como María y José”, cuentan.

Según el cristianismo, aquí empezó todo. Un 25 de diciembre, nació Jesús. Y con él, la navidad. Pero en el Belén real (Palestina), nada se celebra ya. Las luces se apagaron. Tampoco los árboles decoran las calles. Apenas, modestos guiños. La guerra y la represión han truncado la ilusión. Belén alberga uno de los mayores campos de refugiados de Cisjordania. Conviven más de 7.000 personas en menos de 1km2. Un campamento que desde hace décadas cobija la desgracia. 

Hace unos años, el pequeño Abderrahman se encontraba jugando al fútbol en la explanada de entrada al campo Aida, frente a las oficinas de Naciones Unidas. Todavía portaba su mochila del colegio, cuando, de pronto, un francotirador le disparó desde la torre de vigilancia que asoma unos metros más allá, matándole en el acto. Su foto y su historia se han hecho públicas en un cartel, a las puertas del campo. 

Dentro de él, cada palestino lidia con su propio drama. Alí, escolta al equipo de Noticias Cuatro por las calles de Aida. Mientras enseña el recinto, se reencuentra con Mahmud. Un joven que ha pasado 10 meses en una prisión israelí. Mahmud recuerda el día que fue arrestado: “No había hecho nada. El ejército entró en mi casa y me llevó esposado. Ni siquiera leyeron mis derechos. Ha sido muy duro. Me golpeaban cada día. He perdido 50 kg”, cuenta afligido.

Las redadas israelíes son continuas desde que el campo se fundara en 1948. Los vecinos cuentan que sufren arrestos arbitrarios, violencia, destrozos dentro y fuera de sus casas y que incluso los soldados confiscan símbolos palestinos. Por ejemplo, la gran bandera que luce Belén. También, hace unos meses, un grupo de soldados irrumpió en el centro cultural del campamento y se llevaron las camisetas del equipo de fútbol de los jóvenes residentes del campo. El responsable del centro muestra las imágenes a los compañeros Lara Escudero y Pablo Benticuaga, donde es posible ver cómo el ejército arrancó las cámaras de seguridad. “Lo hicieron para tratar de borrar las evidencias”, explica.

En Aida, los callejones hablan solos. Desprenden historia y sufrimiento. Las paredes recuerdan las vidas perdidas. Arte urbano y graffitis que muestran, en tributo, los rostros de quienes ya no están. Jóvenes. Mayores. Niños. La hija de Alí murió intoxicada por una bomba de gas. Tenía 2 años. Tantas granadas de gas han sido lanzadas en este campo que Abud, otro residente, empezó a extraer su metal para reconvertirlo en joyas, ganar sustento y reivindicar su identidad. Ha abierto su propio taller, donde expone las piezas.

El miedo, el hambre, la falta de agua apresan a sus gentes. Aun así, todos ellos tratan de dar rienda suelta al destino y a las sonrisas. De camino a casa de Alí, al cruzar una las esquinas, un grupo niños se muestra curioso por la presencia de los periodistas. Dejan por un momento su pelota y corretean hacia la cámara. Parece que les gusta. Se acercan amables a charlar y piden poder mandar un mensaje mirando a cámara: “Feliz Navidad, desde el campamento Aida”, gritan entusiasmados, a pesar de la tristeza que desprenden sus ojos.

Alí también se aferra al amor de los suyos. Y a los milagros, dice. Rim, su mujer, está embarazada de nuevo. En su humilde hogar, Rim saca sus últimas ecografías para mostrarlas en pantalla: “Daré a luz el día de navidad. Podríamos decir que somos como María y José”, dice con una mueca cariñosa. En casa, preparan la llegada del pequeño Joat, pero la incertidumbre apesadumbra a esta familia. La guerra les ha dejado sin nada. No tienen trabajo. Ambos son artistas e intentan vender piezas artesanas o zumos por la calle. Pero no siempre hay suerte para sacar un puñado de shekels. “No sé qué futuro le espera a nuestro hijo. A veces no tenemos comida, pero saldremos adelante, reconoce Alí. Y así, Rim y Alí se despiden entre el dolor y la esperanza desde su particular portal de Belén. 

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Noticias Cuatro