En el selecto grupo de políticos que dejaron sus puestos hay clases y clases. Están los que no fueron acusados de nada pero sí personas cercanas a ellos. Fue el caso de Josep Borrell, una investigación por fraude fiscal de dos de sus colaboradores en Hacienda acabó con sus aspiraciones a la presidencia del gobierno por el PSOE. No quedó marcado. Llegó a ser presidente del parlamento europeo, otra vez ministro con Sánchez y ahora el responsable de exteriores de la Unión Europea.
Todo un vicepresidente como Alfonso Guerra tuvo que irse (o le hicieron irse como aseguró más tarde), tras el caso de corrupción y trafico de influencias que afectó no a él sino a su hermano. No se fue del todo siguió de diputado raso durante más de dos décadas. Otro caso más. Las subvenciones obtenidas de forma ilícita por la mujer de un colaborador hicieron que Manuel Pimentel dejara su puesto de Ministro de Trabajo y Asuntos sociales en el gobierno de Aznar por responsabilidad política.
Después están los que se fueron por asuntos que nada tenían que ver con su cargo. Eso pasó con la renuncia exprés de la Historia. Los siete días que duró como ministro de Cultura Máximo Huerta por una multa de Hacienda pagada antes de ocupar su cartera. Otra ministra del primer gobierno de Sánchez, Carmen Montón, duró algo más al frente de Sanidad, tres meses, tras ser acusada no de corrupción sino de plagiar una tesis en un título de posgrado en una causa después archivada. La falsificación de un master del que fue absuelta y la sorprendente grabación de un intento de hurto en un centro comercial acabó con Cristina Cifuentes como presidenta de la Comunidad de Madrid.
Luego están los que tuvieron algo más que responsabilidad política. Ana Mato, ministra de Sanidad de Rajoy dejo su puesto tras ser condenada por lucrarse de delitos cometidos por su ex marido en la trama Gurtel y un ministro de Industria del PP como José Manuel Soria después de negarlo tuvo que dimitir tras aparecer en los Papeles de Panamá que lo señalaban como administrador con su hermano de una compañía en un paraíso fiscal. Claro que también están, los que como José Luis Ábalos, siguieron aferrados a su cargo a pesar de todo. Un ejemplo de ello fue Rita Barbera, la ex alcaldesa de Valencia, fue acusada de blanqueo pero aguantó las presiones de su partido para marcharse, lo que hizo fue dejar las filas del PP pero mantener su escaño como senadora valenciana. Tuvo su redención pero sólo después de fallecer cuando fue absuelta por el Tribunal Supremo.