Gabriel Rolón, psicoanalista: “El desafío de la vida es dejar los mejores recuerdos a quienes vienen detrás”

“El duelo es un territorio oscuro, misterioso, casi inaccesible. Una conmoción que nos sorprende, nos toma desprevenidos y cambia nuestro entorno en un instante”, explica el psicoanalista y escritor Gabriel Rolón (Buenos Aires, 1961).

En su nuevo ensayo, ‘El duelo’ (Paidós), explica que no importa lo preparados que creamos estar para enfrentar una pérdida, porque esa preparación jamás será suficiente. “Cuando ocurre, todo se desmorona y por un tiempo nada tiene sentido. Algo se quiebra en nosotros, el mundo se derrumba y nos muestra su aspecto más cruel”, afirma.

El duelo no solo viene por la muerte (la propia y la de los que amamos), sino por la falta imprevista de todo aquello que nos sostiene anclados a la vida: un trabajo, una pareja, un hogar, el reconocimiento de un otro y hasta la juventud. “Solo duelamos a quienes nos hicieron sentir la plenitud narcisista de haber sido su objeto de deseo. Eso duelamos: la pérdida de ese lugar enigmático y valioso”, explica Gabriel Rolón.

Y es ahí, en ese soplo en el que el dolor se hace carne y la pena se devora las palabras, que el autor comparte su reflexión. Su nuevo libro se nutre de mitología y de música, de cine y literatura, de casos clínicos y teoría analítica. Indaga en el padecimiento y a la vez en los mecanismos que el Psicoanálisis como disciplina, y que el arte como forma de entender el mundo, nos tiende a modo de puentes para superar lo ausente.

Y llega a una reflexión sobre el duelo y su superación: “El desafío de la vida es dejar los mejores recuerdos a quienes vienen detrás”.

Pero no basta el tiempo para borrar un hecho doloroso. El olvido es un trabajo, un esfuerzo que la psiquis realiza para expulsar de la consciencia una representación que lastima, un recuerdo que duele. “Lo que creemos olvidado acecha como una criatura de la noche a la espera del momento preciso -advierte Rolón-. Y el momento siempre llega. Entonces, lo enterrado regresa y su sombra aparece en los lapsus y los sueños, en los síntomas y actos fallidos, en los chistes que dicen lo que de otro modo no podría decirse... y en los olvidos”.

Y es que el duelo —y en esto Rolón es tan claro como firme— es una “guerra” íntima. Una prueba, tal vez la más dura, que nos pone cara a cara con lo que perdimos y con lo que podemos crear a partir de lo perdido. Una batalla salvaje que nos transforma de una vez y para siempre. Y que en su impiadosa deriva nos lleva hacia un renacer que nos hace más humanos.

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