Después de todo el trabajo realizado, llegaba el momento de demostrarlo en el campo. El Maribáñez disputaba un nuevo partido y Cristóbal Soria estaba ahí para acompañarlos y transmitirles todo su ánimo y energía.
Lo que no esperaba es que, en vez de en la grada o en el banquillo, iba a terminar viviendo el partido detrás de una barra. “El bar hay que abrirlo”, le decía uno de los jugadores. “Se te está poniendo una cara de camarero que no veas”, seguía invitándole así a ponerse al frente del kiosko del campo.
Soria se echaba las manos a la cabeza pero asumía el control: “Pensad en fútbol, que de lo demás ya me ocupo yo”. Y vaya que si se ocupó. El bar abrió como estaba previsto y todos los espectadores pudieron pedir sus desayunos. Eso sí, entre café y café no perdía detalle de todo lo que ocurría en la cancha.
Y de los cafés pasó a servir botellines de cerveza y la cosa se fue animando. Pero el gol no llegaba y el entrenador decidió hacer algunos cambios. Y entonces sí, Maribáñez marcaba y todos los aficionados estallaban de alegría y, con ellos, el propio Cristóbal, que lo celebraba por todo lo alto.
El árbitro pitaba el final y el equipo se alzaba con la victoria. “¡Eres el talismán del kiosko!”, gritaban a Soria. “¡Hombre! He tenido que venir yo a aquí para que ganéis un partido”, bromeaba.