Marco está muy preocupado, le ha llamado el español y le ha dicho que quiere alguien hacer negocios con él, que se tiene que ir a Málaga. Pero le ha dicho que se va a ir a Cuba, que no puede. Mario le dice que no hable con nadie de esta historia.
El español le vuelve a llamar y le dice que tiene un billete para Málaga que tiene que viajar hasta allí. “¿Quién es esta gente?", le pregunta a Mario a su amigo, el policía le dice que confíe en él, que les complazca a los narcos, ellos le van a proteger, que no se preocupe.
Así que no tiene más remedio que mentir a su mujer y decirle que tiene un nuevo cliente y que se tiene que ir inmediatamente a España. Su mujer Flavia no entiende esta marcha pero al final le dice que se vaya, que si es por trabajo que pueden aplazar su viaje. “Ese fue el principio del fin”, recuerda Marco.
Una vez en el aeropuerto de Málaga, se le acercó un tipo muy raro, diciéndole que le siguiera hasta los baños. Allí sacó del techo una mochila negra, le dijo que se la tenía que llevar y que no preguntara. Marco no quiso entrar y se fue sin ella. Fuera le esperaba el español, este le preguntó por la mochila, y el mecánico le contestó que no había venido para llevar nada a nadie, “no soy mensajero, díselo a tu jefe”, le dijo Marco.
Después le llevó hasta Barbate (Cádiz), tenía que comprobar unas motos. El mecánico hizo lo que le pidió, las examinó, y le dijo que el motor estaba hecho una mierda, igual que el casco, “en el mar la seguridad es importante”, zanjó Marco. Así que no se las iban a llevar…