Víctor Janeiro supera su miedo a la oscuridad gracias a su hijo: “No quiero que arrastre lo mismo que yo”
El torero recibe un mensaje muy especial de su hijo en plena crisis de pánico
Víctor: “A mí en la cabeza se me monta una película de miedo auténtica. Yo asocio la oscuridad a todo lo paranormal”
Víctor Janeiro tiene que atravesar un convento abandonado donde se escuchan voces en plena noche
El torero Víctor Janeiro se enfrenta a ‘Los miedos de…’, un hombre que el valor se le supone pero que ha decidido vivir un día sin miedo junto su mujer Beatriz Trapote. “Tengo miedo a la oscuridad, me viene de pequeño y no lo puedo controlar”, explica Víctor antes de comenzar a tratar su fobia.
“A mí en la cabeza se me monta una película de miedo auténtica. a mí ese miedo me deja hipnotizado, bloqueado… el problema es cuando me quedo solo. Yo asocio la oscuridad a todo lo paranormal”.
En primer lugar, para superar su miedo, el torero tendría que entrar completamente solo a un lugar en el que reina una oscuridad total. “Yo no sé si lo voy a superar, lo que sé es que tengo 42 años y, desde que tengo conciencia llevo viviendo estos miedos. Es complicado que esto se supere”, advertía víctor Janeiro antes de entrar en el pasaje del terror de Madrid.
“¡Bea, Bea! o vienes o salgo corriendo… el corazón se me va a salir”, gritaba mientras atravesaba el circuito. “¡Mamá, mamá! Decidle por favor que enciendan las p*** luces. Bea, por favor, enciende las p*** luces”, continuaba muerto de miedo el torero.
“Ahora lo piensas en frio y no tiene sentido que me pusiese así a llamar a mi mujer … era pánico, estaba desbordado. Yo creo que el miedo no creo que lo supere en estas circunstancias. Está claro que yo solo no voy a volver a entrar en una situación así”, aseguraba convencido.
Después de una primera parada terrorífica y de recibir los consejos de una médium terapeuta, Janeiro se enfrentaba a sus últimas coordenadas: un pueblo abandonado en plena noche. “Ni se te ocurra despegarte de mí”, decía Víctor al bajarse del coche y ver el ambiente al que se enfrentaba.
“Aquí a veces se escuchan voces de niño y una niña llorando”, explicaba el guía mientras el torero admitía que lo estaba pasando bastante mal. Pero el punto al exacto que indicaba las coordenadas era un convento abandonado por el que Víctor tenía que caminar completamente solo. “Ni muerto, ni muerto”, se negaba en rotundo el torero.
Solo había una cosa que podía hacerle cambiar de opinión: su hijo. “Me gustaría superar este miedo porque es algo que llevo a mi espalda toda una vida y estoy viendo que mi hijo está viviendo lo mismo que me ha pasado a mí. No sé de qué forma poderlo ayudar para que no arrastre lo que yo estoy arrastrando de adulto. Yo por mi hijo haría lo imposible”.