Intento ser Javier Ruiz por un día y acabo enganchándome a la cafeína de por vida
De pasar un día con el presentador de ‘Las mañanas de Cuatro’ podía esperar de todo. Nervios, noticias de última hora, estrés en escala (del que se contagia), algo de mal humor, varios “Celia, ahora no”, becarios asustados y cosas por el estilo. Lo normal en una redacción, vaya. No importa, estaba preparada.
Para lo que no estaba preparada era para encontrarme con un profesional de la comunicación que está perennemente contento; que me manda mensajes de “¡Ánimo!” para aguantar el madrugón; que me pide excusas si no puede atenderme lo suficiente; que me aconseja cómo hacer este reportaje, que me explica el procedimiento del programa y me deja entrar hasta las entrañas de ‘Las mañanas’ con toda diligencia.
No esperaba, en definitiva, que Javier Ruiz fuera ese Javier Ruiz. Pero lo es.
El timing de mi suplantación fue el siguiente: despertador a las 6.00 a.m. Cinco minutitos más. Mensaje de whatsapp a Javier a las 6:05 a.m con sus emoticonos de sueño pertinentes. Respuestas motivadoras. Hacer en mi casa lo mismo que él hacía en la suya: escuchar la radio y tomar el primer café del día. Él preparaba la pre-escaleta, yo mi pre-entrevista. Coger el coche y llegar a tiempo a la primera reunión de contenidos del programa.
Antes de entrar, el segundo café.
A las 9:00 a.m todo el equipo ya estaba ‘clavado’ en su mesa. Es imposible entender el trabajo del presentador de ‘Las mañanas’ sin hablar de la gente que le rodea. Así me lo dijo él mismo: “Lo importante es que mi equipo esté bien. Si pasa algo en directo, son ellos los que se van a poner a trabajar y los que van a ayudarme a mí. Quiero pensar que trato bien a mi gente”. Repaso de la actualidad, selección y orden de temas, grafismos, faldones, organización de la escaleta y dos visitas al tótem de la oficina: la cafetera. Ya llevamos 4 dosis de despiertaína.
A las 10:15 a.m. toca pasar por vestuario y maquillaje. Tenemos un poco de prisa. Javier Ruiz se cambia de camisa mientras yo me quedo en una esquina. Después de su “chapa y pintura” volvemos a la redacción. En el pasillo me atrevo a preguntarle por qué se toca tanto el hombro. Contesta: “Acumulé bastante tensión y se me paralizó una parte del cuerpo. Al principio me asusté, pero luego determinaron que era muscular, del estrés”. Apago la cámara y le regaño como una madre: “¡Javier! Deberías descansar!” Pero nada. No hay manera.
Antes del directo, repasamos todo el trabajo hecho, sabiendo que, si ocurre algo inesperado, hay que empezar de nuevo. Taquicardia. Hacemos otros dos viajes a la Nesspreso y yo ya estoy al borde del micro-infarto. Son las 11:15. Bajamos al plató, que está lleno de tazas customizadas con el logo de 'Las mañanas'.
Le pregunto a Javier si puedo sustituirle y presentar yo el programa (ya que estamos…). Evidentemente, la respuesta es NO, pero sí que puedo quedarme observando entre bambalinas. No sabía que cuatro horas de debate podían pasarse tan deprisa.
A las 14:15 p.m. me acerco para despedirme pero el presentador me da a mí una última noticia: debemos volver a la redacción para empezar a perfilar el programa de mañana. Creo que empiezo a tener anginas. Me doy cuenta de que, realmente, estoy delante de un gran periodista pero, como tengo que editar y redactar, me ofrezco para continuar su infinita jornada otro día. Eso sí, antes de marcharme, como me había prometido, me deja sentarme en su silla.