Alejandra ha acompañado a su tocaya – una mujer de 80 años- a la que era su casa antes de la tragedia de Fukushima. Su dueña estuvo tres años sin poder acceder a su vivienda por el riesgo de la radioactividad (las paredes estaban negras y el suelo inundado) y, ahora, sólo puede estar durante unas horas.