Fernando es un ingeniero de 38 años al que le gustan muchas cosas. Es un apasionado de las ardillas y es tal su fijación por ellas que no le importaría tatuarse una. En sus ratos libres, regenta una bodega y, además, es apicultor.
Lo que busca en una chica es que sea alegre, que le transmita felicidad y que tenga una bonita sonrisa. Todos esos requisitos los cumple Esperanza, una mujer de 32 años que desprende buenas vibraciones por los cuatro costados.
Nada más verlo, ella no se ha sentido nada atraída por él, ya que considera que no entra en el prototipo de chico en el que se suele fijar. Sin embargo, según avanzaba la cita, ha terminado viéndole muy atractivo.
En la decisión final, él lo ha tenido muy claro. Tras pasar una cita en la que han visto que tenían muchos puntos comunes, él ha decidido que quería seguir conociéndola y ha elegido tener un segundo encuentro.
“Me ha parecido una chica encantadora y me gustaría seguir conociéndola. Me he sentido muy bien, me has transmitido mucha felicidad y tienes una sonrisa muy amplia”, decía él, mirando a su cita a la cara en la decisión final.
Por su parte, ella, que al principio no había sentido nada por él, lo ha tenido bastante claro: “Tendría una segunda cita por la paz y el bienestar que me ha transmitido. Creo que eres una persona que tiene un fondo interesante que me atrae”, decía Esperanza.