El E3, como se le conoce, hace tiempo que dejó de ser una feria exclusivamente para profesionales de la industria del videojuego para convertirse en una suerte del gran bazar de los sueños de cualquier vendedor, porque en ninguna tienda los clientes pagan entrada (15.000 a la venta para el público en general, algunas de hasta 900 dólares, todas agotadas) y se dan codazos no solo para comprar (que también), sino para tener la oportunidad de tocar fugazmente productos que ni siquiera tienen fecha de salida al mercado.
Por eso, no es un lugar común decir que dentro de los dos extensos halls donde se celebra la feria las colas eran kilométricas, porque lo eran. Más de dos horas para tener entre tus manos 15 minutos de juegos como Valkyria Chronicles 4 y recibir una gorra de regalo, y tres o más horas para participar en un combate Super Smash Bros Ultimate para Nintendo Switch.
Otros se conforman con pasar por allí y pillar algún bolso promocional gratis de los que regalan cada hora en punto. Se sientan en la acolchada superficie del gigantesco stand de Playstation a descansar los pies y ver anuncios. En uno de ellos, Ellie, la protagonista del esperadísimo The Last of Us Part II, besa a una chica en un salón de baile para enlazar la acción a otro momento con un explícito y sangriento ataque y una huida llena de acción y violencia en el mundo postapocalíptico donde se encuadra la secuela del ya clásico Naughty Dog.
El E3 no es para niños. Ya lo advierten los carteles a la entrada. Está prohibido el acceso a los menores de 17 años y el resto… El resto vamos marcados con un colgante y una tarjeta de identificación con nombre, empresa, actividad y código QR de acceso. Por eso es fácil calcular que la mayoría de los asistentes siguen siendo de la industria ("industry" como reza en amarillo en sus credenciales), muchos desarrolladores que vienen a ver trabajos de compañeros de profesión, ejecutivos que cierran contratos para sus regiones, algún despistado de Facebook y otras redes sociales de moda y personal de marketing y publicidad intentando guiar al segundo grupo más nutrido, el de los periodistas ("media" destacado en verde en la credencial). Porque lo importante de la feria pasa alejado de lo que se ve en las pantallas que invaden el recinto y se desarrolla en las plantas superiores, lejos del ruido, en cuartitos pequeños con un pequeño buffet con pretzels, anarcados y bebidas azucaradas. El mercado, eso es lo que mantiene esta apisonadora del ocio y lo demás, relleno.
Como esas loot boxes, cajas de cartón que prometen un contenido por valor de 100 dólares al insuperable precio de 39,90. Son temáticas. Las hay azules con el Vault Boy de Fallout o con los colores del cubo de Rubik. Nunca sabes lo que te va a tocar, así que arriesgas la pasta con la promesa de que encontrarás una recompensa. En uno de los pasillos un señor con cientos de ellas apiladas a sus espaldas las vendía a la antigua usanza, con gritos de mercado. Se las llevaban a manos llenas. En eso de vender humo, la industria del videojuego es experta, a eso ha jugado por ejemplo el reconocido estudio Bethesda al anunciar el próximo título de una de sus sagas más exitosas. Apenas 35 segundos con un paisaje montañoso y un título Elders Scrolls VI. Ya está. Ahí lo tienen. Ah por cierto, que no sabemos si quiera si lo podrán jugar con las consolas que tienen ahora que si eso para 2020 veremos.
Lo que si tiene fecha es una de las pocas presentaciones de hardware de esta edición y sin duda, la más interesante. El mando adaptado para personas con discapacidad anunciado por Microsoft para Xbox y PC. Saldrá al mercado en septiembre por unos 90 euros y será muy adaptable. En su 24 edición, la feria mantiene su magia como altavoz de la nueva fábrica de los sueños de esta generación, amenazas tampoco le faltan. La emisión de las conferencias de los estudios por streaming o que las grandes compañías presten más atención a sus propios eventos de lanzamientos en otras épocas del año hacen replantearse el futuro del modelo del E3.