Ninguna condena repara el daño moral que sufren las víctimas de abusos sexuales. A Miriam aún le duran las secuelas por los abusos que sufrió de su padre siendo solo una niña. No ha tenido fuerzas para denunciarlo hasta hoy, a sus 46 años... y a él, ya fallecido, ni siquiera podrán juzgarle.