Barbate no olvida a sus muertos sin nombre y pide ayuda para enterrarlos con dignidad
Aylan se nos ha olvidado hace tiempo. Y hay muchos como él. Día a día. Lo saben bien los vecinos de Barbate que no pueden olvidar porque conviven con la tragedia y la muerte en sus costas a diario. Para ellos esos muertos sin nombres no son una foto o una imagen e un telediario, son una realidad cotidiana que, al final, llega al alma. En Barbate (Cádiz) están ya acostumbrados a cuidar a los muertos del Estrecho. En su cementerio esperan a las víctimas de la patera naufragada cada semana en una de sus playas. Sin nombre ni familia, aquí no les faltará una sepultura digna ni quien cuide de su memoria y rece por sus sueños rotos. "Estamos pensando en reagrupar a varios inmigrantes en un mismo nicho. Porque esto no va a parar nunca y vamos a necesitar más espacio", reconoce Pedro Álvarez, encargado del cementerio parroquial de San Paulino de Barbate.
Todos coinciden en que nada es más trágico que morir sin nombre. "Es muy duro", reconocen unos vecinos que son capaces, como hizo una jubilada con su pequeña pensión, de pagar el entierro de Samuel, ya conocido como el Aylan español. Es la cara de una bondad que ha resistido mucho tiempo pero que implora ayuda. Ellos son los que ven una D sobre las lápidas, la D de desconocidos. En una tumba y en otra. Este año ya van 16 y esperan muchos más. Es la triste realidad de un cementerio como el de Barbate donde descansan los muertos sin nombre caídos en el Estrecho.
El ayuntamiento es el encargado de sufragar estos entierros. 54.000 euros han gastado desde 2015 pero su alcalde pide ayuda, las arcas municipales no pueden más. Además muy pronto tendrán que enterrar a 20 personas más, los fallecidos en el terrible naufragio de hace un mes. Hablamos de 2.200 euros por persona, otros 44.000 euros y los dirigentes del pueblo quieren ayuda del Gobierno, de la Junta, de la Diputación, de Europa, de quien sea.
El gasto en estos entierros sin nombre ya suponen un cuarto del presupuesto de los Servicios Sociales del pueblo. Nadie quiere dejar tirados a los sin nombre. Apenas dos de los más de 30 nichos que ocupan en el cementerio de Barbate tienen nombre. Uno de ellos es el de Samuel, el niño del Congo de 6 años que murió, al igual que su madre, en el naufragio de otra patera. Su padre y sus tíos estuvieron en su entierro y en su funeral, pero este fue un caso aislado. Lo normal es que al cementerio de Barbate lleguen féretros con un número, el de las diligencias judiciales del caso, y sin más compañía que los trabajadores de la funeraria. Y si van a ser a sus allegados, nadie dice nada porque no pueden afrontar los gastos. Sueños rotos.