Tirar comida a la basura ha supuesto, durante muchos años, una carga ética y moral si tenemos en cuenta que un tercio de la población mundial pasa hambre. La idea de no desperdiciar comida nos acompaña siempre con la intención de no olvidar el privilegio que supone tener la nevera llena de alimentos de todo tipo. Pero la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) acaban de hacer público un informe sobre los efectos devastadores que tiene el desperdicio de comida para el medio ambiente.
Alrededor de 1.300 millones de kilos de comida acaban en la basura cada año, una cifra que supone un daño irrecuperable y un malgasto de recursos naturales para el planeta. Y no es que cocinemos de más y nos termine sobrando la comida. Los datos apuntan a que no sabemos comprar, ya que más del 80% de comida que tiramos va directamente del frigorífico al contenedor de basura.
Frutas y verduras en mal estado, y lácteos caducados son los protagonistas de un desperdicio dañino al que debemos poner fin. Y todo esto sin olvidarnos de los alimentos cocinados que, aunque en menor medida, suponen el 15% de esa comida desperdiciada.
En realidad, lo que refleja la cantidad de comida que tiramos a la basura, es que hay una producción de alimentos que sobrepasa las necesidades reales de consumo. Esto conlleva un coste económico evidente, pero que el coste medioambiental supera con creces.
Por un lado hay que hablar de la huella de carbono, que establece cuánto contamina la producción, manipulación y transporte de alimentos en función de la cantidad de gases con efecto invernadero que emiten. Y en el caso de los alimentos, las cantidades de CO2 que se generan son inasumibles para el planeta.
Por otra parte, está el gasto de agua, conocido como huella hídrica. Es el que se produce al regar los campos de cultivo o alimentar al ganado, y alcanza un volumen anual que no nos permite el desperdicio de comida, dada la escasez de agua a la que nos enfrentamos desde hace años.
Producir comida, además, supone un uso desmesurado de extensiones de tierra dedicadas al pasto y los cultivos. Esta es una de las principales causas de deforestación, con el brutal impacto que tiene sobre la biodiversidad del planeta, poniendo a muchas especies de riesgo de extinción y arrasando ecosistemas. Y se calcula que más de una cuarta parte de la tierra utilizada para este fin produce comida que acaba en la basura.
Está claro que son necesarias políticas medioambientales y el compromiso de las empresas para llevar a cabo acciones efectivas que frenen el desperdicio de comida y el daño que ocasiona al planeta. Pero cuando se trata de cuidado medioambiental, la acción individual tiene un peso decisivo, y no podemos esperar a que sean otros los que tomen las grandes decisiones.
Aprender a hacer la compra es el primer paso. Hacer una lista de los alimentos que necesitamos, leer bien el etiquetado de productos y comprobar la fecha de caducidad puede evitar que se desperdicie comida. Por otro lado, comprar alimentos frescos y de proximidad supone un gran ahorro de energía y reduce la huella de carbono, ya que se reduce tanto el transporte, como la conservación y el embalaje del producto.
Además, confiamos en que más países se decidan a implantar medidas como las que ha tomado Francia, que obliga a los supermercados a donar los productos que no se vayan a vender. Estos son normalmente frescos, como carnes, frutas y verduras, que evitan acabar en la basura.