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Más de 80.000 presos incomunicados durante años en EEUU

Noticias Cuatro / Agencias 11/10/2014 13:37

Las constantes se repiten: una celda de 3x2 contiene una cama, un pupitre y un fregadero. La mayoría de ellas carece de ventanas. Allí, los prisioneros permanecen confinados entre 22 y 24 horas al día, sin acceso al trabajo en la cárcel o ejercicio para distender los músculos y liberar la mente. El acceso a las llamadas telefónicas y a las visitas está restringido o, en ocasiones, prohibido.

Los confinados pueden llegar a pasarse décadas sin tener contacto con otro ser humano al margen de los guardias de la cárcel. Son proclives a experimentar paranoia, ansiedad, depresión y pérdida de peso. Su tendencia al suicidio es mucho más alta que el del resto de la población carcelaria. Y no existen programas de reintegración. Es una práctica, en definitiva, condenada por Naciones Unidas por contravenir los derechos humanos más elementales.

ALUCINACIONES Y PESADILLAS

Los efectos del aislamiento extremo --parecido al que han experimentado presos en Guantánamo-- son dantescos y se conocen desde hace décadas. La ausencia de estímulos sensoriales provoca un deterioro de las funciones cerebrales lo que degenera, de forma casi inmediata, en la aparición de alucinaciones y pesadillas.

En 1951, el profesor de Psicología de la universidad McGill de Montreal (Canadá), Donald Hebb, pidió a algunos estudiantes que se sometieran a un régimen de incomunicación extrema. Con sus ojos y oídos tapados, y su cuerpo envuelto en un material impermeable para limitar sus sensaciones táctiles, los estudiantes entraron en una habitación insonorizada bajo la atención del doctor Hebb, quien había estimado un plazo de seis semanas antes de que estas condiciones se hicieran insoportables. No aguantaron ni siete días.

Seis años después, el colaborador de Hebb, el doctor Woodburn Heron, confirmó estos resultados en su libro 'Patología del Aburrimiento'."Un hombre no veía nada más que perros, otro voluntario no dejaba de escuchar una caja de música imaginaria, otro tenía la sensación de que le estaban disparando con perdigones en el brazo y uno de ellos juraba que recibía descargas eléctricas cada vez que tocaba el pomo de una puerta", según las conclusiones.

Una unidad de aislamiento convencional no llega a niveles tan extremos pero en modo alguno supone una ventaja: simplemente significa que el daño a largo plazo es más gradual. Según un informe de Amnistía Internacional titulado 'Al filo de la resistencia', varios presos entrevistados que habían pasado confinados entre 11 y 22 años han experimentado indicios de psicosis, ansiedad, rabia y, finalmente, desconexión emocional.

Así, uno de los prisioneros declaró que pasaba "la mayor parte del tiempo en un estado de estupor". "Me siento como si fuera un muerto viviente", añadió otro de los consultados. Un tercero reconoció estar "gritando en silencio durante 24 horas" al día. Todos ellos han padecido insomnio, alucinaciones, cambios de humor, pesadillas y ataques de pánico.

Russell Shoatz, por ejemplo, se ha pasado 22 años seguidos en una "unidad de restricción" de una cárcel de Pensilvania por el asesinato de un agente de Policía. Su historial disciplinario, han asegurado sus abogados defensores, es "prácticamente inmaculado" y no justifica su encierro en una celda de aislamiento ni su existencia en un limbo legal. "No existe una legislación clara que estipule si sus condiciones de vida atentan contra la Constitución", lamenta el abogado Harold Engel.

SUPERMAX

El caso más extremo de los aislamientos penitenciarios es el que padecen 25.000 presos en las llamadas cárceles de "super máxima seguridad" o "Supermax". Existen en torno a medio centenar de estas prisiones --bien individuales o bien como alas especiales de un centro penitenciario más grande-- en 44 estados de EEUU y numerosas ONG han detectado en los últimos años una tendencia a la proliferación de estas unidades, por diversos motivos.

El primero de todos, estima la ONG Human Rights Watch, se debe a la falta de fondos para contratar a personal especializado y establecer programas de reinserción. Después, obedece a estrictos (y equivocados, a juicio de HRW) motivos de seguridad. "Los responsables penitenciarios parecen creer que si confinan a todos los presos más peligrosos o problemático, mejorará la seguridad en el resto de prisiones. Los expertos, sin embargo, consideran que esa proliferación es poco inteligente", según HRW.

"Poner a miles de presos en un estado de aislamiento prolongado es innecesario", según los expertos consultados, que proponen justamente la solución opuesta. "Una reducción del tamaño de las prisiones acompañada de la consiguiente mejora de los servicios ayudaría a resolver precisamente los problemas que las Supermax intentan remediar", según el informe.

Sin embargo, no se puede descartar el componente político por el que los representantes públicos potencian iniciativas a favor del encarcelamiento para dar una imagen de intolerancia contra el crimen, sin importar si realmente tienen una aplicación práctica. A ello se suma una ausencia casi total del debate entre la opinión pública sobre la existencia de estas penitenciarías.

Se trata, en definitiva, de un conjunto de factores que han contribuido a hacer de esta "segregación prolongada", como califica a HRW las condiciones de los presos de las Supermax, una existencia "absolutamente inconsistente con las nociones de dignidad, humanidad y decencia". Esto, por lo que se refiere al sistema penitenciario. La CIA ha terminado por asumir esas prácticas, y destilarlas en Guantánamo.

EN MANOS DE LA CIA

La privación sensorial es "la tortura preferida de la CIA", como la describió el periodista Mark Benjamin en 'Salon' en 2007, por el simple motivo de que la falta de estímulos impulsa al interrogado a comunicarse.

Hay que decir que esta práctica ha permanecido en vigor hasta este año, con la publicación de una directiva del Departamento de Defensa, la 2310.01E, que estipula que los detenidos "no estarán sujetos a cualquier tipo de privación sensorial que pueda infligir sufrimiento o servir de castigo".

Hasta entonces, el uso del aislamiento ha funcionado especialmente bien en Guantánamo, donde hasta 2007 fue empleado en 14 detenidos en su versión más extrema: sin recibir sonidos, imágenes o contacto físico. "La idea", ha explicado el historiador de la Universidad de Wisconsin Alfred McCoy, "es doblegarles para que recurran al interrogador".

Expertos en interrogatorios como Peter Bauer consideran sin embargo que esta técnica --junto a otras igualmente agresivas, como la simulación por ahogamiento--, es ineficaz, porque "cualquier confesión basada en tratamientos extremos podría ser falsa".

Con todo, ninguna de las estimaciones de los expertos puede acercarse siquiera a la realidad. Hay una diferencia entre el aislamiento voluntario y el que resulta impuesto en la mente y el cuerpo del preso, recluido durante años, y sin esperanza de una solución a corto plazo para su situación.

"Lo que más me asusta de todo", explicó la estadounidense Sara Shourd, detenida en Irán en 2009, "es que mi Gobierno, que criticó tanto a los iraníes por confinarme durante un año, tiene a más gente incomunicada que cualquier otro país". "Y en lugar de ser empleada como último recurso", apunta", "esta solución es una rutina administrativa".