Hoy estamos acostumbrados a ver las paredes de nuestros barrios llenas de firmas. Pero hubo un momento, a finales de los setenta, en el que alguien fue el primero. Aquel pionero, convertido casi en mito del arte urbano, se hacía llamar Muelle. No había pared de Madrid que no luciera su alambicada rúbrica. Cuarenta años después casi todas han desaparecido. Sólo dos resistían. Esta semana hemos sabido que se ha descubierto una nueva vieja firma suya. Su familia y la concejala socialista de cultura de Madrid luchan por conseguir su protección.