La semana que viene finaliza la obligatoriedad de llevar mascarilla en interiores, salvo en transporte público, hospitales y residencias. Muchos esperan con ganas que entre en vigor el Real Decreto, pero otros afirman que no se la van a quitar aunque puedan. Los primeros que retirarán la mascarilla serán los escolares de Cataluña, que lo harán desde el martes, 24 horas antes que el resto de España.
Muchos confiesan que llevar la mascarilla puesta es una penitencia. “Yo personalmente si puedo no llevarla nunca más, quisiera llevarla nunca más”, admite un hombre; mientras que otros expresan estar “hasta la coronilla”, “hasta las narices” de llevar mascarilla.
La obligatoriedad se acaba a partir del miércoles, según informó el Ministerio de Sanidad. No obstante, habrá que seguir con ella puesta en residencias, transporte público, farmacias y hospitales. En cuanto al trabajo, las empresas decidirán si habrá que mantenerla o no.
Es una medida para normalizar la convivencia con el coronavirus como ya se hace en Reino Unido, Alemania o Francia. “En Francia ya no llevamos la mascarilla desde hace dos semanas y ha subido bastante el covid”, dice una ciudadana francesa.
Otros afirman que aún hay cierta “psicosis” y seguirán llevándola, incluso, en exteriores porque “el covid no se ha ido todavía”.
Pero, ¿estamos preparados para destapar después de más de dos años nuestra cara? A algunas personas, llevar la mascarilla puesta les ha dado seguridad a la hora de comunicarse, según confiesa un joven: “He conocido un par de compañeros que se sentían más seguridad, con más confianza a la hora de comunicarse con otras personas al no tener que mostrar el rostro descubierto”. Eliminarla, opina una joven, “fomenta el maquillarse más por los complejos que tiene la gente”.
“Tendríamos que ver en estos pocos casos es si el tema de llevarla o no llevarla por estos motivos genera ansiedad“, asevera el psicólogo Juan Carlos Albaladejo.