Si cada ola del mar nos trajese una historia, las de nuestros antepasados serían miles, pero apenas sabemos un puñado de ellas. Ahora que muchos vamos a la playa pocos sabemos que el mayor tesoro histórico que aún queda por explorar está a unos cientos de metros de la orilla. Allí es donde se encuentran la mayoría de los pecios. Sin embargo, no parece que nos esforcemos mucho por saberlo. Precisamente, en julio se cumplen siete años de la segunda entrega a España del botín que los cazatesoros del Odyssey extrajeron en 2007 del pecio de la fragata Mercedes en la costa de Cádiz. La primera parte la devolvieron en el 2012 en medio de un gran despliegue mediático que el gobierno de turno vendió como un gran triunfo sobre los cazatesoros.
Aproximadamente hay unos 8.000 pecios españoles como señala Iván Negueruela, director del Museo Nacional Subacuático Arqua, en Cartagena. “España es el país que más ha navegado, que más mares e islas ha descubierto, que mejores barcos construyó. Es muy difícil de resumir el inmenso y fascinante patrimonio naufrago que tenemos los españoles”, señala Iván. Él es de esos funcionarios que se las ha tenido que ver varias veces con los cazatesoros por ser un apasionado defensor de la protección del patrimonio subacuático. Pero ¿hay en la sociedad interés por éste? El hecho de que no los veamos y que sea difícil el trabajo de campo no significan que no existan y menos aún la importancia que tienen para conocer nuestra historia, al igual que los restos de una catedral. Para entender lo que estos hacen los cazatesoros vayamos a tierra, a las ruinas de un gran palacio o iglesia. Ellos, en vez excavarlo cuidadosamente como haría un arqueólogo lo destrozaría a mazazos hasta dar con metales preciosos, lo único que buscan. Son mineros submarinos pero en sitios históricos. Como señaló Filipe Castro, arqueólogo de la Universidad de Texas, en julio de 2018 en el observatorio del Patrimonio Cultural subacuático: “Los cazatesoros tratan nuestro patrimonio común exactamente igual que los salvajes del Daesh. La única diferencia es que no lo filman. Todos los expertos afirman que la caza de tesoros es una actividad económica estrechamente relacionada con el lavado de dinero“.
En el caso de la fragata de la Mercedes, cuyo tesoro Odyssey se llevó a Estados Unidos a través del aeropuerto de Gibraltar, Los jueces estadounidenses lo tuvieron fácil: los acuerdos internacionales dicen claramente que el buque de un Estado y lo que contiene son siempre suyos, este donde esté. Es como un pedazo de país. Pero, ¿qué pasa con la instrucción penal que se sigue en los juzgados de La Línea, Cádiz, por el expolio los restos arqueológicos? Las diligencias previas 855/2007 y su investigación judicial se remonta a principios de marzo de 2007. Sin embargo, esta aún no ha finalizado. El caso ha pasado por seis jueces distintos. “Hay interrogatorios acordados por el juez que habiendo pasado más de diez años aún no se han realizado. No estamos hablando de personas fugadas en Estados Unidos y difíciles de localizar, sino de operarios españoles que trabajaron en el barco Odyssey”, señala el abogado de la acusación popular, José María Lancho. Tambié se lamenta de la falta de iniciativa de la fiscalía, el abogado del Estado y el de la Comunidad Autónoma de Andalucía. Mientras, la instrucción de la mercedes seguramente se archivará por inactividad. Como él mismo señala: “al final el mensaje que se manda a los cazatesoros es que si les cazan al final con que devuelvan lo que aseguren que expoliado en paz”. Recalcamos “aseguren” porque de hecho, sobre el caso de la fragata Mercedes realmente nos han entregado lo que Odyssey nos asegura que robó. Como así confesó en una entrevista a ABC Victoria Stapells, investigadora canadiense nacionalizada española: “Nunca sabremos si Odyssey devolvió todo el tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes”.
Quien se muestra más duro con la situación es el director de cultura del diario ABC Jesús García Calero que nos recuerda la cantidad de veces que el gobierno, del signo que sea, ha sido inoperante en relación a la lucha contra los cazatesoros. Jesús especialista en la materia e impulsor de varias iniciativas para difundir la protección del patrimonio subacuático, nos puntualiza varios casos de auténticas tomaduras de pelo al gobierno de turno en relación con el patrimonio subacuático. Por ejemplo, el galeón San Diego, hundido en Filipinas. Los expoliadores en 1991 venden los restos a España, su legitimo propietario. ¿Se imagina que nos roban en la Catedral de Santiago y compramos a los ladrones lo sustraído? (“Fenomenal, sigamos robando”, pensarían). Recientemente, él avisó durante años a través de su diario de lo que estaba sucediendo con el expolio de El Salvador, un buque hundido en 1812 a pocos cientos de metros de Uruguay. Allí murió parte del batallón de la Albuera (nombre de un pueblo de Badajoz y fuerza militar del Ejército de Tierra que sigue existiendo en Canarias). Recientemente, los objetos que pudiera llevar el barco se lo han repartido entre los cazatesoros y el gobierno de Uruguay para que como, dice Jesús Calero, acabe subastándose si no lo está haciendo ya.
Por otro lado, otro dato que sorprende cuando nos acercamos a como ha funcionado la industria de los cazatesoros de galeones españoles es que la información para localizar y expoliar los barcos la sacan abiertamente y directamente de nuestros propios archivos, como el archivo de Indias en Sevilla. Si es consuetudinaria la opacidad y falta de transparencia de la administración española en este caso, paradójicamente, asombra el acceso que se da a cazatesoros reconocidos públicamente para acceder a información clave para expoliar.
El caso es que España jamás ha excavado un galeón Si lo ha hecho con otros pecios mucho más antiguos como fenicios en nuestras costas. Hace cinco años todo parecía listo para el gran proyecto de el galeón El Juncal en el Golfo de México, con un acuerdo científico entre España y México. Sin embargo no se fue. “No sé decirte los motivos, soy un técnico” contesta apesadumbrado Iván Negueruela, que ve como uno de los grandes proyectos de investigación subacuática se desvanece ahora más con la crisis del coronavirus.
Quizá otros de los mayores problemas que ha existido es la falta de concienciación ciudadana de un problema que ataca directamente nuestro patrimonio. De hecho, el caso de la Mercedes se puso en marcha políticamente por protestas ciudadanas. También ha hecho mucho daño que en el imaginario popular se ha dado una imagen equívoca de lo que es un cazatesoros. Por ejemplo, Mel Fisher, el expoliador de los restos de nuestra señora de Atocha aparece como un romántico aventurero. De la misma forma que René Alphonse van den Berghe, más conocido Erik el Belga, se le dibujaba como un ladrón de guante blanco. Cuando en realidad reventaba iglesias de pueblos solitarias para llevarse obras de arte.
Como señala Jesús Calero: “todos somos tataranietos de esos barcos porque alguno de nuestros antepasados viajó, construyó o hizo una manufactura que se trasladó en esos barcos. Todos los que vivimos en Hispanoamérica estamos relacionados con esos hechos, con esos barcos”. Lo que casi todos los expertos aclaran es que no se trata de que si se excava un galeón el contenido, que pertenece legalmente a España, venga aquí. Muy al contrario, se trata de estudiarlo para que se quede en el país soberano de esa costa y si acaso una pequeña parte ser llevado para su exposición a nuestro país. Lo que se trata es de que no se destroce el pasado común. Como dice Jesús Calero “lo que está en juego es el futuro de nuestro pasado”.