Suena Barcelona esta mañana a pala y cristal roto, a manguera y contenedor de basura, a escepticismo y a indignación. Había amanecido, la ciudad, otro día, naufraga en un mar de adoquines. Reasfaltado exprés para zurcir las heridas abiertas en el adoquinado. Desde las seis de la mañana dos centenares de operarios de limpieza tratan de maquillarle las ojeras a la ciudad después de una noche en vela. Hay líneas de autobuses canceladas o desviadas, comerciantes pagando la factura de la violencia y pinceladas de fuego allá donde se mire. Barcelona trata de recuperar su aspecto habitual gracias a un esfuerzo de horas para que esta noche, seguramente, todo regrese a la anormalidad.