La homosexualidad en el deporte es un gran tabú para el que no se vislumbra un final claro. Y si apelamos al sentido común, es obvio que el deportivo no es distinto a cualquier otro ámbito profesional en el que se evidencie la homosexualidad al mismo nivel (o muy similar) que la heterosexualidad. Pero la realidad nos ofrece un escenario en el que entre los deportistas, sobre todo hombres y futbolistas, no ha habido ni hay un solo homosexual.
Se ha realizado un estudio reciente en Andalucía por los investigadores L. Vélez y J. Piedra que aborda este asunto. Preguntaron, de manera anónima, a futbolistas de Segunda B y otras categorías inferiores por su orientación sexual. El resultado es algo que no nos sorprende, y es que entre esos jugadores hay tantos homosexuales y bisexuales que imaginemos.
Pero estos dados chocan de manera frontal con el hecho de que no hay ni un solo futbolista que haya hecho pública su homosexualidad. Se sabe que más de un jugador de la liga se ha puesto en contacto con medios de comunicación para hacer la que se ha venido a llamar “salida del vestuario” oficial. Y es que mientras nuestra sociedad avanza sin descanso en el reconocimiento de los derecho LGTBI, ni los clubes, ni sus directivos, parecen estar dispuestos a “perjudicar” su imagen ni a perder patrocinios. La hipocresía y la evidencia es clara.
Hablamos de una represión a nivel internacional que dura décadas. Fue en 1990 cuando el futbolista inglés Justin Fashanu decidió hacer pública su homosexualidad. La reacción por parte de la prensa amarilla y de una gran parte de la sociedad fue tan hostil que él mismo reconoció no estar preparado para lo que había supuesto. Acusado de haber agredido sexualmente a un joven de 17 años, que se desestimara la demanda no consiguió evitar que Fashanu se suicidara, desbordado por la presión.
El gesto público del jugador inglés, que podía haber sido un estímulo que animara a otros jugadores a evidenciar que el deporte no es un coto privado en el que la homosexualidad no existe, no hizo más que alimentar el miedo de otros jugadores a seguir sus pasos.
Otro caso con mejor final es el de Gareth Tomas, una auténtica leyenda del rugby británico, capitán de la selección de Gales que declaró abiertamente su homosexualidad en 2009 a través del Daily Mail. Un gesto valiente que sirvió de inspiración, pero no de la suficiente para que otros hayan sido capaces de seguirle.
Los nombres de deportistas que han salido del armario a día de hoy son contados, pero muy valiosos. Junto a Fashanu y Garret, están la tenista Martina Navratilova, el patinador español Javier Raya, el boxeador Orlando Cruz o el jugador de béisbol David Denson.
Hace 20 años que en los estadios de fútbol españoles se coreaba el grito de “Guti, maricón” con total naturalidad para señalar el hecho de el jugador tenía el pelo largo. Podría parecer que la situación ha mejorado, pero no es posible afirmarlo sabiendo que seguimos ante una liga en la que, aunque existan rumores y certezas a nivel interno, a nivel público la homosexualidad no existe. Los equipos no permiten que ocurra y la prensa ni siquiera se atreve a sugerirlo.
Los gestos, hasta la fecha, son contados y nos llegan de la mano de jugadores que se declaran heterosexuales, pero que se posicionan de manera clara a favor del respeto y la libertad, condenando la homofobia. En 2020 Borja Iglesias, jugador del Betis, se pintó las uñas de negro con este fin y, como era de esperar, la intolerancia inundó su cuenta de Twitter. Eso sí, las voces de apoyo y reconocimiento fueron más y más fuertes.
También Rubén García, jugador del Osasuna, utilizaba recientemente las redes para posicionarse a favor del colectivo LGTBI y en contra de la homofobia. Meses antes, coincidiendo con el 8-M, salió al campo con las uñas pintadas de morado apoyando la causa feminista. Para él, el día que los jugadores se sientan libres para hacer pública su condición sexual sin miedo a posibles represalias, tanto el deporte como la sociedad será mucho mejor de lo que lo es a día de hoy. Y no podemos estar más de acuerdo con él.
Por desgracia, junto a estas acciones individuales, los grandes siguen mostrando su rechazo a aceptar lo obvio. Y el ejemplo más reciente ha sido la polémica decisión de la UEFA de prohibir la iluminación con los colores de la bandera LGTBI el estadio del Allianz Arena en Munich mientras se jugaba el Alemania-Hungría. Al mismo tiempo, se abría un expediente al portero alemán Manuel Neuer por jugar varios partidos con un brazalete con la misma bandera.