Su término técnico es somnolencia postprandial, aunque lo conocemos como modorra e incluso morriña, aunque este último lo dejamos para los nostálgicos, su único y verdadero significado.
Es esa sensación de cansancio repentino, sueño, pesadez y hasta torpeza en los movimientos cuando terminamos de comer. Ocurre a menudo, y en especial tras pegarnos el atracón del año. Explicamos las causas de este fenómeno, fruto de un cóctel de hormonas y otras sustancias segregadas como parte del proceso digestivo.
Mientras masticamos, el estómago produce una hormona llamada gastrina, que promueve la secreción de ácidos gástricos que descompondrán los alimentos, según un estudio que recoge la web Texcrispy.
Después la comida se mueve hacia el intestino delgado, donde se libera la enterogastrona, una hormona que regula el flujo sanguíneo. Mientras, el páncreas segrega insulina que facilita al estómago absorber la glucosa de los carbohidratos.
La insulina provoca un aumento del triptófano en sangre, lo que hace que en el cerebro haya más serotonina y melanina, neurotransmisores que dan lugar a la somnolencia.
Podemos comprobar que esa sensación de sueño varía en función de la cantidad de alimentos que ingerimos, pero sobre todo del tipo que sean. A mayor presencia de carbohidratos, mayor es esa sensación, ya que este nutriente libera más insula, y por tanto, llega más triptófano al cerebro.
Resulta que después de comer nos espera una reunión o simplemente una acumulación considerable de trabajo. Desde luego que lo último que queremos en ese momento es que el sueño se apodere de nosotros. ¿Qué debemos hacer?
En primer lugar, se recomienda comer lentamente para que las hormonas tengan tiempo a equilibrarse. Será mejor optar por comidas ricas en proteínas que no suelen causar somnolencia y otros alimentos que nos alerten como por ejemplo la avena, las almendras o los huevos.
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