Hace aproximadamente un año, Miguel y Alejandra atravesaban en su vehículo la vieja carretera que une San Agustín de Guadalix con El Molar, en Madrid. De pronto, los faros del coche iluminaron a una figura extremadamente alta y delgada, vestida con una sotana y un sombrero ancho, que caminaba con un bastón bajo la fina lluvia.