El jueves 17 de febrero de 1916 zarpaba del puerto de Barcelona el lujoso trasatlántico Príncipe de Asturias, construido en los mismos astilleros escoceses que alumbraron al Titanic. Con rumbo a Buenos Aires la gigantesca embarcación llevaba a bordo unas 600 personas.
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En la madrugada del 5 de marzo, cerca de Brasil, mientras algunos celebraban el Carnaval, el barco viró de forma extraña. Hubo un impacto muy fuerte, seguido de una violenta explosión. El gigante marino naufragó rápidamente en los afilados arrecifes de Isla Bella, en São Paulo, y el océano se llenó de cuerpos. Oficialmente murieron 445 personas, pero los investigadores creen que pudieron llegar a 1400, engrosado por los inmigrantes que atestaban la bodega huyendo de la Primera Guerra Mundial.
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Un equipo de Cuarto Milenio se ha desplazado al punto exacto del hundimiento y recopilado los testimonios de historiadores, estudiosos y nativos que aún recuerdan como sus antepasados recogieron y enterraron miles de cadáveres. La leyenda negra va más allá, hablando de saqueos y violaciones a supervivientes y moribundos. Según los lugareños, los espíritus de algunos vagan por la playa donde hace décadas perecieron.
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El escritor Isidor Prenafeta Siles, nieto de uno de los supervivientes, nos acompaña esta noche. Nos cuenta cómo su abuelo Gregorio Siles Peña, técnico electricista del Príncipe de Asturias logró salvar la vida flotando amarrado a una caja durante varios días hasta que los nativos le rescataron.
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Prenafeta es defensor de una teoría no confirmada según la cual un buque inglés perseguía al navío español en busca de las más de once toneladas de oro que transportaba. Una conspiración, con ecos de la piratería ejercida muchos años atrás, en la que, supuestamente, había participado alguno de los oficiales del barco.
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Por si fuera poco, el periodista Francisco Gracia Novell, obsesionado por el caso sobre el cual ha escrito un libro, nos habla del extraño enclave en el cual se hundió el Príncipe de Asturias. Un auténtico ‘minitriángulo de las Bermudas’ y punto caliente para los ufólogos que las rutas aéreas tratan de evitar.