A finales del siglo XV, el pueblo de Fregenal de la Sierra se convirtió en un lugar terrible. "Es el pueblo de los malditos. Una localidad en la que fueron condenadas más de 1.000 personas simplemente por pensar de forma diferente. Casi 30 fueron quemados vivos", relata Fermín Mayorga, experto en la Inquisición.
"La Inquisición perseguía esencialmente tres comportamientos. El primero era la desviación herética, los falsos conversos y todos aquellos comportamientos que se desviaban de lo que la iglesia denominaba doctrinal", explica Herbert González, profesor de Historia del arte medieval de la UCM que cuenta que las denuncias eran anónimas.
Decenas de judíos conversos murieron abrasados en las hogueras de Fregenal. Antes de subir al patíbulo, todos portaban su ‘Sambenito’, la marca con que señalaban a los condenados en los autos de fe. "'Sambenito se refería a un nombre que le daban a las vestimentas que se ponían los primeros cristianos cuando hacían penitencia pública", cuenta Jesús Casas, autor de 'Los sambenitos del museo diocesano de Tui'.
Los documentos relativos a Fregenal hablan también de una práctica más atroz. Los tentáculos de la Inquisición fueron más allá de los vivos. En Fregenal de la Sierra, los herejes tampoco descansaban después de muertos. La Inquisición obligaba a sacar sus restos de los cementerios para traerlos a la plaza principal del pueblo donde eran quemados en un auto de fe.
"Aquellos que no han recibido el bautismo, la comunión o la extremaunción debían ser enterrados fuera para que no tuvieran opción a la resurrección", cuenta Herbert González.
En los últimos años del siglo XV, la búsqueda más absoluta de la limpieza entre los miembros de la comunidad. La Inquisición llegó a emplear vudú o magia negra. "Los herejes eran ajusticiados en efigie. Se construía un pelele. Se colgaba la acusación y el sambenito y eran quemados públicamente", cuenta González. Después, la historia pasó página. Solo el tiempo ha pervivido en la letra del millar de ajusticiados.